conmemorada el 11 de julio.
La Bienaventurada Olga, Princesa de la Rus’ e Igual a los Apóstoles, fue esposa del Gran Príncipe Igor de Kiev. La lucha del cristianismo con el paganismo bajo Igor y Olga, que reinaron después de Oleg (+ 912), entró en una nueva fase. En los años posteriores al reinado de Igor (+ 945) la Iglesia de Cristo se convirtió en una notable fuerza espiritual y política en el reino ruso. El texto conservado de un tratado del Gran Príncipe Igor con los griegos en el año 944 deja entrever lo predicho: fue incluido por el cronista en el “Relato de los Años Pasados”, bajo la entrada que registra los acontecimientos del año 6453 (945).
El tratado de paz tuvo que ser firmado por ambas comunidades religiosas de Kiev: la “Rus’ Bautizada”, es decir la cristiana, que lo llevara a efecto en la iglesia catedral del Santo Profeta de Dios Elías (20 de julio); y la “Rus’ No Bautizada”, es decir, los paganos, quienes prestaron juramento sobre sus armas en el santuario de Perún, dios del trueno. El hecho de que los cristianos estén incluidos en el documento en primer lugar, indica su importante influencia espiritual en la vida de la Rus’ de Kiev.
En el momento en que se estaba redactando el tratado de 944 en Constantinopla, había, claramente, personas en el poder en Kiev que simpatizaban con el cristianismo y reconocían la inevitabilidad histórica de involucrar a Rusia en la cultura cristiana creadora de vida. A ésta corriente posiblemente pertenecía incluso el propio príncipe Igor, cuyo cargo oficial no lo permitía convertirse personalmente a la nueva fe, ni decidir en aquel momento la cuestión relativa al Bautismo de la entera nación con la consiguiente dispersión de los jerarcas de la iglesia ortodoxa a lo largo y ancho de la misma. Por lo tanto, el tratado se redactó con una expresión circunspecta que no impediría al príncipe ratificarlo ni en forma de juramento pagano ni en forma de juramento cristiano.
Pero cuando los emisarios bizantinos llegaron a Kiev, las condiciones a lo largo del río Dniéper habían cambiado esencialmente. Había surgido una oposición pagana, a la cabeza de la cual estaba el voevoda (líder militar) varangiano Svenel'd (o Sveinald) y su hijo Mstislav (Mtsisha), a quien Igor había cedido propiedades en las tierras de Drevlyani.
Fuerte también fue en Kiev la influencia de los judíos jázaros, quienes no podían sino sentirse disgustados ante la idea del triunfo de la ortodoxia en la tierra rusa.
Incapaz de superar la inercia habitual, Igor siguió siendo pagano y concluyó el tratado a la manera pagana, jurando sobre su espada. Rechazó la gracia del Bautismo y fue corregido por su incredulidad. Más tarde, en el año 945, los paganos rebeldes lo asesinaron en tierra de Drevlyan, cortándolo entre dos árboles. Pero los días del paganismo y el estilo de vida de las tribus eslavas que lo practicaban ya estaban contados. El deber del gobierno recayó sobre la viuda de Igor, la gran princesa Olga de Kiev, y su hijo Sviatoslav, de tres años de edad.
El nombre de la futura iluminadora de la Rus’ y de su región natal aparece por primera vez en el “Relato de los Años Pasados”, en un enunciado que habla del matrimonio de Igor: “y lo trajeron una esposa de Pskov, de nombre Olga”. Pertenecía, como indica la Crónica de Joakimov, al linaje de los príncipes de Izborsk, una de las oscuras dinastías principescas de la antigua Rusia, de las cuales, durante los siglos X-XI, había en Rusia no menos de veinte, las cuales fueron desplazadas por los Rurikovichi o entrelazadas con ellos a través del matrimonio. Algunos de ellos eran de ascendencia eslava local, otros, varegos recién llegados. Se sabe que los “koenigs” (soberanos) vikingos escandinavos llamados a convertirse en príncipes en las ciudades rusas, invariablemente asimilaron la lengua rusa y, a menudo, pronto se volvieron genuinamente rusos en sus nombres y estilo de vida, e incluso rusos en la apariencia de su vestimenta.
Por lo tanto, la esposa de Igor también tenía el nombre varangiano “Helga”, que en ruso se pronuncia Olga. El nombre femenino Olga corresponde al nombre masculino “Oleg” (Helgi), que significa “Santo” (del germánico “heilig” para “santo”). Aunque la comprensión pagana de la santidad era bastante diferente de la cristiana, también presuponía dentro del hombre un marco de referencia particular, de castidad y sobriedad mental y de perspicacia. El hecho de que el pueblo llamara a Oleg el Sabio-Vidente (“Veschi”) y a Olga la Sabia (“Mudra”) muestra el significado espiritual de los nombres.
Tradiciones bastante posteriores la consideran originaria de un pueblo llamado Vybuta, a varios kilómetros de Pskov, a lo largo del río Velika. Todavía no hace mucho tiempo señalaban junto al río el Puente Olga, el antiguo lugar de vadeo donde Olga fue recibida por Igor. En las características geográficas de Pskov se conservan varios nombres relacionados con ésta gran hija de Pskov: el pueblo de Ol’zhinets y Ol’gino Pole (Campo de Olga); la Puerta de Olga, uno de los brazos del río Velika; la Colina de Olga y el Cruce de Olga cerca del lago Pskov; y la Roca de Olga en el pueblo de Vybuta.
El comienzo del gobierno independiente de la princesa Olga está relacionado en las crónicas con la historia de su terrible venganza contra los Drevlyani, que asesinaron a Igor. Habiendo hecho sus juramentos sobre sus espadas y creyendo “sólo en sus espadas”, los paganos fueron condenados por el juicio de Dios a perecer también a espada (Mt 26:52). Al adorar el fuego entre los demás elementos primarios, encontraron en él su propia perdición. Y el Señor eligió a Olga para consumar el castigo de fuego.
La lucha por la unidad de la Rus’, por la subordinación bajo Kiev de tribus y principados mutuamente divisivos y hostiles allanó el camino hacia la victoria definitiva del cristianismo en la tierra rusa. Para Olga, aunque aún pagana, la Iglesia Cristiana de Kiev y su Santo Patrón celestial, el Santo Profeta de Dios Elías (en los íconos representado sobre un carro de fuego) eran como una fe llameante y la oración de un fuego descendido del cielo, y su victoria sobre los Drevlyani, a pesar de la severa dureza de dicha victoria, fue una victoria de los poderes constructivos cristianos en el reino ruso sobre los poderes de un paganismo, oscuro y destructivo.
La divina Olga entró en la historia como una gran constructora de la vida civil y la cultura de la Rus’ de Kiev. Las crónicas están repletas de relatos de sus incesantes “idas” por el territorio ruso con objeto del bienestar y mejoramiento del modo de vida civil y doméstico de sus súbditos. Habiendo consolidado el fortalecimiento interno del poder del trono del Gran Príncipe de Kiev, debilitando así la influencia de la mezcolanza de los pequeños príncipes locales en Rusia, Olga centralizó el poder estatal con la ayuda del sistema de “pogosti” (centros administrativos de comercio). En el año 946 viajó con su hijo y su séquito por la tierra de Drevlyani, “imponiendo tributos e impuestos”, tomando nota de las aldeas, posadas y lugares de caza, susceptibles de ser incluidos en las propiedades del Gran Príncipe de Kiev. Al año siguiente viajó a Nóvgorod, donde estableció centros administrativos a lo largo de los ríos Msta y Luga, dejando por todas partes huellas visibles de su actividad. “Sus lovischa (cotos de caza) se establecieron por todo el territorio, las señales de límites, sus lugares y centros administrativos”, escribió el cronista, “así como sus trineos descansan en Pskov hasta el día de hoy, al igual que sus lugares designados para cazar aves a lo largo de los ríos Dniéper y Desna; su aldea, Ol'zhicha, asimismo, permanece hasta el día de hoy”.
Los “pogosti” fundados por Olga como centros financieros, administrativos y judiciales representaban fuertes puntales del poder principesco en éstos lugares.
Siendo, ante todo, y en el verdadero sentido de la palabra, centros de comercio e intercambio (el comerciante como “invitado”), reunidos y organizados en torno a los asentamientos (y en lugar de la recaudación “humanamente arbitraria” de tributos e impuestos, ahora existía uniformidad y orden con el sistema “pogosti”). Los “pogosti” de Olga se convirtieron en una importante red de unificación étnica y cultural de la nación rusa.
Más tarde, cuando Olga se hizo cristiana, comenzaron a erigir las primeras iglesias en los “pogosti”; desde el Bautismo de la Rus’, el “pogost” y la iglesia (parroquia) quedaron inseparablemente asociados. (Sólo después, con la existencia de cementerios junto a las iglesias, se desarrolló el significado actual de la palabra rusa “pogost” que hoy significa “cementerio parroquial”).
La princesa Olga se empeñó grandemente en fortalecer el poder defensivo de la tierra. Las ciudades fueron construidas y fortalecidas, Vyshgorod (ru. Детинца) cercadas con muros (almenas) de piedra y roble, y defendidas con murallas y empalizadas. Sabiendo cuán hostiles eran muchos a la idea de fortalecer el poder principesco y la unificación de la Rus’, la propia princesa a menudo residía “en la colina” sobre el Dniéper, detrás de las confiables almenas de la Vyshgorod de (“Alta Ciudad” o “Ciudad de Arriba”), rodeada de sus fieles seguidores. Dos tercios del tributo recaudado, como dan testimonio los cronistas, lo entregó para el uso de del consejo municipal de Kiev, y el tercio restante fue “para Olga, para Vyshgorod”, para las necesidades de la construcción y fortificación. Los historiadores señalan el establecimiento de las primeras fronteras estatales de Rusia en la época de Olga: al oeste, con Polonia. Heroicos puestos de avanzada al sur protegían los apacibles campos de los habitantes de Kiev de los pueblos de las Llanuras Salvajes. Los extranjeros se apresuraron a llegar a Gardarika (“la tierra de las ciudades”), como llamaban a la Rus’, con mercancías y artículos de artesanía. Suecos, daneses y alemanes entraron con entusiasmo como mercenarios en el ejército ruso. Las conexiones exteriores de Kiev se extendieron. Ésto impulsó el desarrollo de la construcción con piedra en la ciudad, cuyos inicios se gestaron bajo Olga. Los primeros edificios de piedra de Kiev (el palacio de la ciudad y el recinto superior de Olga) fueron descubiertos por los arqueólogos recién en éste siglo. (El palacio, o más propiamente sus cimientos y restos de los muros, fueron encontrados en excavaciones realizadas durante los años 1971-1972).
Pero no fue sólo el fortalecimiento del reino civil y la mejora de las normas domésticas de la forma de vida del pueblo lo que atrajo la atención de la sabia princesa. Aún más apremiante para ella era la transformación fundamental de la vida religiosa de la Rus’, la transfiguración espiritual de la nación rusa. Rusia se había convertido en una gran potencia. En aquel tiempo, sólo dos reinos europeos podían compararse con él, en importancia y poder: en Europa del Este, el antiguo imperio bizantino, y en el Oeste, el reino de Sajonia.
La experiencia de ambos imperios, ligada con la exaltación en el espíritu de la enseñanza cristiana, con la base religiosa de la vida, mostró claramente que el camino hacia la futura grandeza de la Rus’ no pendía de medios militares, sino primeramente y ante todo de la adquisición y conquista en el espíritu. Habiendo confiado Kiev a su hijo adolescente Sviatoslav y buscando la gracia y la verdad, en el verano del año 954 la Gran Princesa Olga partió con una gran flota hacia Constantinopla. Se trataba de una “expedición” pacífica, que combinaba las tareas de peregrinación religiosa y misión diplomática, pero las consideraciones políticas exigían que se convirtiera simultáneamente en una demostración del poder militar de Rusia en el Mar Negro, que recordaría a los altivos “Romaioi” (Griegos Bizantinos) de las campañas victoriosas de Askold y Oleg, quienes en el año 907 avanzaron con sus escudos “hasta las mismas puertas de Constantinopla”.
Se consiguió tal resultado. La aparición de la flota rusa en el Bósforo suscitó el efecto necesario para el desarrollo del diálogo ruso-bizantino. A su vez, la capital del sur impresionó a la severa hija del norte con su vastedad de belleza y grandeza arquitectónica, y su integración de paganos y pueblos de todo el mundo. Pero la riqueza de las iglesias cristianas y las cosas santas conservadas en ellas causaron una gran impresión. Constantinopla, “la ciudad del César imperial”, el Imperio Bizantino, se esforzó en todo por ser digna de la Madre de Dios, a quien la ciudad fue dedicada por san Constantino el Grande (21 de mayo) en el año 330 (ver 11 de mayo). La princesa rusa asistió a los servicios religiosos en las mejores iglesias de Constantinopla: Santa Sofía, Blaquerna y otras.
En su corazón la sabia Olga encontró el deseo de la santa ortodoxia y tomó la decisión de convertirse al cristianismo. El sacramento del Bautismo fue realizado sobre ella por el patriarca de Constantinopla Teofilacto (933-956), y su padrino fue el emperador Constantino Porfirogénito (912-959). En el Bautismo recibió el nombre de Elena en honor de la Santa Emperatriz e Igual a los Apóstoles Elena (21 de mayo), madre de san Constantino, también descubridora del Venerable Madero de la Cruz del Señor. En un edificante discurso pronunciado al concluir el rito, el Patriarca dijo: “Bendita tú entre las mujeres rusas, porque has abandonado las tinieblas y has amado la Luz. El pueblo ruso te bendecirá en todas las generaciones futuras, desde tu nieto y bisnieto hasta tus más lejanos descendientes”. La instruyó en las verdades de la fe, las reglas eclesiásticas y la regla de la oración, la explicó los mandamientos sobre el ayuno, la castidad y la caridad. “Ella, sin embargo”, dice el monje Néstor, “inclinó la cabeza y se quedó, literalmente, como una esponja absorbiendo agua, escuchando la enseñanza e inclinándose ante el Patriarca, dijo: “Por tus oraciones, oh Maestro, concédeme ser preservada de las artimañas de los enemigos”.
Es precisamente de manera tal, con la cabeza ligeramente inclinada, que se representa a Santa Olga en uno de los frescos de la catedral de Sofía de Kiev, y también en una miniatura bizantina contemporánea de ella, en un retrato manuscrito de las Crónicas de Juan Escilicio en la Biblioteca Nacional de Madrid. La inscripción griega que acompaña a la miniatura llama a Olga “Arcontisa (es decir, gobernante) de Rus’”, “una mujer, de nombre Helga, que acudió al emperador Constantino y recibió el Santo Bautismo”. La princesa está representada con un tocado especial, “como una cristiana recién bautizada y venerable diaconisa de la Iglesia rusa”. A su lado, con el mismo atuendo de los recién bautizados, está Malusha (+ 1001), la futura madre del Santo Isapóstol Vladímir (15 de julio).
Para alguien que en un principio odiaba tanto a los rusos como el emperador Constantino Porfirogénito, no fue un asunto trivial convertirse en el padrino de la “Arcontisa de la Rus’”. En las crónicas rusas se conservan relatos sobre cómo Olga conversó resueltamente y en pie de igualdad con el emperador, asombrando a los griegos por su profundidad espiritual y su sabiduría de gobierno, y demostrando que la nación rusa era muy capaz de abrazar y asimilar los más elevados logros del genio religioso griego, la más fina fruición de la espiritualidad y cultura bizantinas. Y así, por un camino pacífico, Santa Olga logró “tomar Constantinopla”, algo que ningún otro líder militar antes que ella había podido hacer. Según los testimonios de las crónicas, el propio emperador tuvo que admitir que Olga “se le había escapado” (se había mofado de él), y la mentalidad popular, mezclando en una sola las tradiciones sobre Oleg el Sabio y Olga la Sabia, selló en su memoria ésta victoria espiritual en la leyenda popular intitulada “Sobre la toma de Constantinopla por la princesa Olga”.
En su obra “Sobre las Ceremonias de la Corte Bizantina”, que ha llegado hasta nuestros días en un solo ejemplar, Constantino Porfirogénito ha dejado una descripción detallada de la ceremonia que rodeó la estancia de Santa Olga en Constantinopla. Describe una recepción triunfal en el famoso palacio Magnaura, bajo el canto de aves de bronce y los rugidos de leones de cobre, donde Olga apareció con un impresionante séquito de 108 hombres (sin contar los hombres de la compañía de Sviatoslav). Y tuvieron lugar negociaciones en las estrechas habitaciones de la emperatriz y luego una cena de estado en el salón de Justiniano. Y aquí, durante el transcurso de los acontecimientos, providencialmente se reunieron en una mesa las cuatro “majestuosas damas”: la abuela y la madre del Santo Igual a los Apóstoles Vladímir (Santa Olga y su acompañante Malusha), y la abuela y la madre de la futura esposa de san Vladímir, Anna (la emperatriz Elena y su nuera Teófano). Pasaría poco más de medio siglo, y en la iglesia de Desyatin de la Santísima Theotokos en Kiev, estarían unas junto a otras las tumbas de mármol de Santa Olga, san Vladímir y la “Beata Ana”.
Durante una de éstas recepciones, como relata Constantino Porfirogénito, a la princesa rusa la obsequiaron una placa de oro con joyas incrustadas. Santa Olga la ofreció a la sacristía de la catedral de Sofía, donde a principios del siglo XIII fue vista y descrita por el diplomático ruso Dobrynya Yadeikovich (que luego se convertiría en el Arzobispo de Nóvgorod Antonio): “La gran placa oficial de oro de Olga de Rusia, cuando lo tomó como tributo, habiendo viajado a Constantinopla; sobre la placa piedras preciosas, y sobre ella escrito está el nombre de Cristo”.
El astuto emperador, después de informar detalles que subrayarían cómo “Olga se le había escapado”, también presenta un difícil enigma para los historiadores de la iglesia rusa. Éste es: san Néstor el Cronista relata en el “Relato de los Años Pasados” que el Bautismo de Olga tuvo lugar en el año bíblico 6463 (955 o 954), y ésto corresponde al relato de las crónicas bizantinas de Kedrinos. Otro escritor de la Iglesia rusa del siglo XI, Yakov Mnikh, en su obra “Elogio y Alabanza a Vladímir... y cómo fue bautizada la abuela de Vladimir, Olga”, habla del reposo de la Santa Gran Princesa (+ 969) y señala que ella vivió como cristiana durante quince años, y sitúa la fecha real del Bautismo en el año 954, que corresponde dentro de varios meses a la fecha indicada por Néstor. En contraste, al describirnos la estancia de Olga en Constantinopla y proporcionarnos las fechas precisas de las recepciones ofrecidas en su honor, Constantino Porfirogénito nos hace entender en términos muy claros que todo ésto ocurrió en el año 957.
Para conciliar las crónicas citadas, por un lado, con el testimonio de Constantino, por el otro, los historiadores de la iglesia rusa se ven inducidos a suponer una de dos cosas: o Santa Olga hizo un segundo viaje a Constantinopla en el año 957 para continuar las negociaciones con el emperador, o que no fue bautizada en Constantinopla, habiendo sido previamente bautizada en Kiev en 954, y que simplemente estaba haciendo una peregrinación a Bizancio, ya que ya era cristiana. La primera suposición es la más creíble.
En cuanto al resultado diplomático inmediato de las negociaciones, para Santa Olga había cuestiones básicas que habían quedado sin resolver. Había obtenido éxito en cuestiones relativas al comercio ruso dentro de los territorios del Imperio Bizantino, y también en la reconfirmación del acuerdo de paz con Bizancio, concertado por Igor en el año 944. Pero no había podido convencer al emperador en dos cuestiones de importancia para Rusia: el matrimonio dinástico de Sviatoslav con una princesa bizantina y las condiciones para reinstaurar un metropolita ortodoxo en Kiev como había existido en la época de Askold. El resultado evidentemente inadecuado de su misión asoma en su respuesta que, habiendo vuelto a casa, fue entregada a los emisarios enviados por el emperador. Al cuestionamiento del emperador sobre la ayuda militar prometida, la Santa Princesa Olga respondió secamente a través de los emisarios: “Si hubieras pasado tiempo conmigo en Pochaina, como lo hice en la Corte, entonces enviaría soldados para ayudarte”.
En medio de todo ésto, pese a sus intentos fallidos de establecer la jerarquía eclesiástica dentro de la Rus’, Santa Olga, tras convertirse al cristianismo, se dedicó devotamente a los esfuerzos de evangelización cristiana entre los paganos, y también a la construcción de iglesias: “exigiendo la aflicción de los demonios y el principio de la vida para Cristo Jesús”. Ella construyó iglesias: la de San Nicolás y la iglesia de la Santa Sabiduría en Kiev, la de la Anunciación de la Santísima Theotokos en Vytebsk y la de la Santísima Trinidad Creadora de Vida en Pskov. La Pskov de tal período ha sido llamada la Morada de la Santísima Trinidad en las crónicas. La iglesia, construida por Olga junto al río Velika en un sitio señalado desde lo alto, según el cronista, por un “rayo de luz de la Divinidad tres veces radiante”, estuvo en pie durante más de un siglo y medio. En el año 1137 el Santo Príncipe Vsévolod (ru. Всеволод, Gabriel en el Santo Bautismo, 11 de febrero) reemplazó éste templo de madera por uno de piedra, que a su vez fue reconstruido en 1363 y finalmente reemplazado por la actual Catedral de la Trinidad.
Otro monumento de gran significación de la “Teología de los Monumentos” rusa, como se denomina frecuentemente a la arquitectura de la iglesia, relacionado con el nombre de Santa Olga, es el templo de la Sabiduría de Dios en Kiev, cuya edificación se inició poco después de su retorno de Constantinopla y fue consagrado en 11 de mayo de 960. Éste día se celebró posteriormente en la iglesia rusa como una Fiesta especial de la Iglesia de Cristo.
En el Mesyatseslov (suplemento del calendario) de un libro de epístolas en pergamino del año 1307, bajo el 11 de mayo está escrito: “En éste día tuvo lugar la consagración de Santa Sofía en Kiev en el año 6460”. La fecha está indicada en la cronología llamada “antioquena” y no en la generalmente aceptada de Constantinopla, y corresponde al año 960 desde el nacimiento de Cristo.
No fue casualidad que Santa Olga recibiera en el Bautismo el nombre de Santa Elena, quien encontró el Venerable Madero de la Cruz en Jerusalén (6 de marzo). El objeto sagrado más importante en el recién construido templo de Sofía en Kiev era un trozo de la Santa Cruz, traída por ésta nueva Elena de Constantinopla y recibida por ella con la bendición del Patriarca de Constantinopla. La Cruz, según la tradición, fue tallada de una pieza entera del Madero Creador de Vida del Señor. Sobre la Cruz de madera estaba inscrito: “La Santa Cruz para la regeneración de la tierra rusa, recibida por la noble princesa Olga”.
Santa Olga obró grandemente para recordar a los primeros confesores rusos del Nombre de Cristo: sobre la tumba de Askold se construyó la iglesia de san Nicolás, donde, según algunos relatos, ella misma fue posteriormente enterrada. Sobre la tumba de Dir se construyó la ya mencionada catedral de Sofía, que permaneció en pie durante medio siglo y ardió en el año 1017. En éste lugar, Yaroslav (ru. Ярослав) el Sabio construyó en el año 1050 la iglesia de Santa Irene, pero los objetos sagrados del templo de Sofía de Olga fueron trasladados a una iglesia de piedra del mismo nombre que hoy se encuentra en pie como Sofía de Kiev, iniciada en 1017 y consagrada alrededor del año 1030. En el Prólogo del siglo XIII, se dice sobre la Cruz de Olga: “porque ahora descansa en Kiev en Santa Sofía en el altar del lado derecho”. El saqueo de los objetos sagrados de Kiev, que después de los mongoles fue continuado por los lituanos que capturaron la ciudad en el año 1341, tampoco escatimó en ésto. Bajo Jagiello, en el período de Liublin Unia, que en el año 1384 unió Polonia y Lituania en un solo estado, la Cruz de Olga fue sustraída de la catedral de Sofía y los católicos la llevaron a Lublin. Se desconoce su destino.
Mas ya en tiempos de Olga había en Kiev entre los nobles y sirvientes no pocas personas que, en palabras de Salomón, “odiaban a la Sabiduría”, y también a Santa Olga, por haber construido el templo de la Sabiduría. Zelotas del antiguo paganismo espoleados, viendo con esperanza la mayoría de edad de Sviatoslav, quien decididamente rechazara el anhelo de su madre de aceptar el cristianismo, e incluso se disgustó con ella por tal razón. Había que darse prisa con el previsto asunto del Bautismo de Rusia. La falsedad de Bizancio, que en ese momento no deseaba promover el cristianismo en la Rus’, favoreció a los paganos. En busca de una solución, Santa Olga miró hacia Occidente. En aquel tiempo no existía contradicción alguna. La Santa Princesa Olga (+ 969) pertenecía a la Iglesia indivisa (es decir, antes del Gran Cisma del año 1054), y tenía escasas posibilidades de estudiar los puntos teológicos involucrados entre los Credos griego y latino. La oposición entre Occidente y Oriente se la apareció ante todo como una rivalidad política, de importancia secundaria en comparación con su tarea: el establecimiento de la iglesia rusa y la iluminación cristiana de la Rus’.
En el año 959, el cronista alemán llamado “el Continuante de Reginon”, inscribió: “al rey vinieron emisarios de Elena, reina de los rusos, que fue bautizada en Constantinopla, y que buscaba para su nación tener obispo y sacerdotes” El rey Otón, futuro fundador del Imperio Germano, accedió de buen grado a la petición de Olga, pero instó a que el asunto no se decidiera apresuradamente. Sólo en la Natividad del año siguiente 960 se estableció el obispo ruso Libutius, de la hermandad del Monasterio de Anatolius Alban am Mainz, mas falleció pronto (15 de marzo de 961). En su lugar fue ordenado Adalberto de Tréveris, a quien Otón “supliendo generosamente toda necesidad” finalmente envió a Rusia. Es difícil decir qué habría sucedido si el rey no se hubiera demorado tanto tiempo, pero cuando en 962, cuando Adalberto se presentó en Kiev, “no prosperó en el asunto para el cual había sido enviado, y consideró que sus esfuerzos serían en vano”. Además, en el viaje de regreso “algunos de sus compañeros fueron asesinados, y el propio obispo no escapó del peligro de muerte”.
Resultó que después del paso de los años, como Olga había previsto, la situación en Kiev finalmente se había inclinado a favor del paganismo, y Rusia, al no volverse ni ortodoxa ni católica, tuvo dudas sobre aceptar el cristianismo. La reacción pagana así producida fue tan fuerte que no sólo sufrieron los misioneros alemanes, sino también algunos de los cristianos de Kiev que habían sido bautizados con Olga en Constantinopla. Por orden de Sviatoslav, Gleb, el sobrino de Santa Olga, fue asesinado y algunas de las iglesias construidas por ella fueron destruidas. Parece razonable que ésto no se haya producido sin la diplomacia secreta de Bizancio: ante la posibilidad de una Rusia fortalecida en alianza con Otón, los griegos habrían preferido apoyar a los paganos, con las consiguientes intrigas contra Olga y diversos desórdenes.
La ruina de la misión de Adalberto tuvo un significado providencial para la futura iglesia ortodoxa rusa, que escapaba del dominio papal. Santa Olga se vio obligada a aceptar la humillación y retirarse completamente a asuntos de piedad personal, entregando las riendas del gobierno a su hijo pagano Sviatoslav. Debido a su antigua función, todos los asuntos difíciles le fueron remitidos a ella por razón de su sabiduría de gobierno. Cuando Sviatoslav se ausentó de Kiev por campañas militares y guerras, el gobierno del reino volvió a confiarse a su madre. Pero la cuestión del Bautismo de Rusia fue retirada durante un tiempo del orden del día, lo que al final resultó amargo para Santa Olga, que consideraba la buena nueva del Evangelio de Cristo como el asunto principal de su vida.
La Santa Gran Princesa soportó mansamente la pena y el sufrimiento, intentando socorrer a su hijo en los asuntos civiles y militares, dirigiéndolos con heroicas intenciones. Las victorias del ejército ruso fueron un consuelo para ella, en particular la destrucción de un viejo enemigo del estado ruso: el kaganato jázaro. Dos veces, en los años 965 y 969, los ejércitos de Sviatoslav atravesaron las tierras de “los insensatos jázaros”, destrozando para siempre el poder de los gobernantes judíos de Priazovia y el bajo Povolzhia. Posteriormente, los mahometanos búlgaros del Volga recibieron un poderoso azote y luego, a su vez, arribaron los búlgaros del Danubio. Transcurrieron dieciocho años en el Danubio con las fuerzas militares de Kiev. Olga estaba sola y agobiada: era como si, absorto en los asuntos militares de los Balcanes, Sviatoslav se hubiera olvidado de Kiev.
En la primavera de 969, los pechenegos sitiaron Kiev: “y era imposible llevar los caballos al agua, porque los pechenegos permanecían en Líbeda”. El ejército ruso se encontraba lejos, en el Danubio. Después de enviar mensajeros a su hijo, la propia Santa Olga encabezó la defensa de la capital. Cuando recibió la noticia, Sviatoslav cabalgó rápidamente a Kiev, y “abrazó a su madre e hijos y se afligió por cuanto habían sufrido a causa de los pechenegos”. Pero después de derrotar a los nómadas, el príncipe guerrero dijo una vez más a su madre: “No me agrada sentarme en Kiev, porque deseo vivir en Pereslavl’ en el Dunaj (Danubio), ya que ese es el centro de mis tierras”.
Sviatoslav soñaba con crear un vasto territorio ruso desde el Danubio hasta el Volga, que uniría a toda Rusia, Bulgaria, Serbia, la región cercana al Mar Negro y Priazovia (región de Azov), y extendería sus fronteras hasta las de la propia Constantinopla. Olga la Sabia entendió, sin embargo, que toda la valentía y la audacia de las compañías rusas no podían compararse con el antiguo Imperio Bizantino, y que la empresa de Sviatoslav fracasaría. Pero el hijo no hizo caso de las amonestaciones de su madre. Entonces Santa Olga dijo: “Ves que estoy enferma. ¿Por qué quieres abandonarme? Después de enterrarme, ve a donde quieras”.
Sus días estaban contados y sus cargas y dolores minaron sus fuerzas. El 11 de julio de 969 Santa Olga durmió en el Señor: “y con gran lamento la lloraron, su hijo y sus nietos y todo el pueblo”. En sus últimos años, en medio del triunfo del paganismo, tuvo que tener un sacerdote a su lado en secreto, para no evocar nuevos arrebatos de celo pagano. Pero antes de morir, habiendo recuperado de nuevo su antigua firmeza y resolución, prohibió que llevaran a cabo la celebración pagana de los muertos, y dio instrucciones para ser inhumada conforme al ritual ortodoxo. El presbítero Gregorio, que permaneciera con ella en Constantinopla en el año 957, cumplió su petición.
La Santa Gran Princesa Olga vivió, murió y fue enterrada como cristiana. “Y así, habiendo vivido y glorificado a Dios en la Trinidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, habiendo adorado en la fe bienaventurada, acabó su vida en la paz de Cristo Jesús, Señor nuestro”. Como su testamento profético para las generaciones venideras, con profunda humildad cristiana confesó su fe respecto de su nación: “¡Hágase la voluntad de Dios! Si a Dios le place tener misericordia de mi natal tierra rusa, entonces volverán sus corazones a Dios, tal como yo he recibido este regalo”.
Dios glorificó a la Santa Obrera de la ortodoxia, la “iniciadora de la fe” en la tierra rusa, por medio de milagros y reliquias incorruptas. Yakov Mnikh (+ 1072), cien años después de su dormición, escribió en su obra “Memoria y alabanza a Vladímir”: “Dios ha glorificado el cuerpo de su sierva Olga, y su venerable cuerpo permanece incorrupto hasta el día de hoy”.
Santa Olga glorificó a Dios con buenas obras en todas las cosas, y Dios la glorificó a ella. Bajo el Santo Príncipe Vladimir, algo que algunos atribuyen como ocurrido en el año 1007, las reliquias de Santa Olga fueron trasladadas a la iglesia de Desyatin de la Dormición de la Santísima Madre de Dios y colocadas dentro de un sepulcro especial, como era costumbre albergar las reliquias de santos en el Oriente ortodoxo. “Y oíd acerca de cierto milagro acerca de ella: la tumba de piedra es pequeña en la iglesia de la Santa Madre de Dios, la iglesia construida por el bendito Príncipe Vladimir, y en la tumba yace la bendita Olga. Y se hizo una abertura en la tumba para contemplar el cuerpo de Olga yaciendo allí entero”. Pero no todos pudieron ver tal milagro de las reliquias incorruptas de la Santa: “Para quien acudía con fe, se abría la abertura, y allí se podía ver el venerable cuerpo yaciendo intacto, y uno se maravillaba ante semejante milagro. el cuerpo yaciendo allí durante tantos años sin descomponerse. Digno de toda alabanza es éste venerable cuerpo: descansando incólume en el sepulcro, cual si estuviera dormido. Pero para aquellos que no se acercaran con fe, la abertura de la tumba no se abriría y no verían éste venerable cuerpo, sino sólo el sepulcro”.
Así, incluso después de la muerte, Santa Olga abrazó la vida eterna y la resurrección, llenando de alegría a los creyentes y confundiendo a los incrédulos. Ella fue, en palabras de san Néstor Cronista, “precursora en la tierra cristiana, como la aurora antes del amanecer o el crepúsculo antes de la luz”.
El Santo Igual de los Apóstoles, el Gran Príncipe Vladímir, dando gracias a Dios el día del Bautismo de la Rus’, dio testimonio de Santa Olga con éstas notables palabras: “Los hijos de la Rus’ te bendigan, y también las generaciones de tus descendientes”.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2024). Equal of the Apostles, Blessed Great Princess Olga. New York, Estados Unidos: OCA.
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