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NUESTRO VENERABLE PADRE SAN EUTIMIO EL GRANDE

conmemorado el 20 de enero.


San Eutimio el Grande procedía de la ciudad de Melitene en Armenia, cerca del río Éufrates. Sus padres, Pablo y Dionisia, eran cristianos piadosos de noble cuna. Después de muchos años de matrimonio permanecían sin hijos, y en su dolor suplicaron a Dios que les diera descendencia. Finalmente, tuvieron una visión y escucharon una voz que decía: “¡Tened buen ánimo! Dios te dará un hijo, que traerá alegría a las iglesias”. El niño recibió el nombre de Eutimio (que quiere decir “buen ánimo”).


El padre de san Eutimio descansó en el Señor poco después, y su madre, cumpliendo su voto de dedicar a su hijo a Dios, lo entregó a su hermano, el sacerdote Eudoxio, con el fin de ser instruido, quien presentó al niño al obispo Eutropio de Melitene, el cual lo recibió con amor. En advirtiendo su buena conducta, el obispo pronto lo hizo lector.


San Eutimio más tarde se hizo monje y fue ordenado al santo sacerdocio. Al mismo tiempo, se le confió la supervisión de todos los monasterios de la ciudad. San Eutimio visitaba a menudo el monasterio de san Polieucto, y, durante la Gran Cuaresma, se retiraba al desierto. Su responsabilidad por los monasterios pesaba grandemente sobre el asceta y entraba en conflicto con su deseo de quietud, por lo que secretamente abandonó la ciudad y se dirigió a Jerusalén. Después de venerar los santos santuarios, visitó a los Padres en el desierto.

 

Hallando una celda solitaria en la Lavra de Tharan, se instaló en ella y se ganaba la vida tejiendo cestas. Cerca de allí, su vecino san Teoctisto (3 de septiembre) también vivía en labor ascética. Compartían el mismo amor por Dios y por la lucha espiritual, y cada uno se esforzaba por alcanzar lo que el otro deseaba. Se amaban tanto que parecían compartir una sola alma y una misma voluntad.

 

Todos los años, después de la Fiesta de la Teofanía, se retiraban al desierto de Coutila (no lejos de Jericó). Un día, encontraron un encaramado y aterrador desfiladero por el que corría un arroyo. Vieron una cueva sobre un acantilado y se establecieron allí. El Señor, sin embargo, pronto reveló su solitario aposento para el beneficio de muchas personas. Los pastores que pacían sus rebaños llegaron a la cueva y vieron a los monjes, y, al regresar al pueblo le contaron a la gente acerca de los ascetas que allí vivían.

 

Las personas que buscaban beneficio espiritual comenzaron a visitar a los ermitaños y les llevaban alimentos. Lentamente, una comunidad monástica creció a su alrededor. Varios monjes vinieron del monasterio de Tharan, entre ellos Marino y Lucas. San Eutimio confió la supervisión del creciente monasterio a su amigo Teoctisto.

 

San Eutimio exhortó a los hermanos a cuidar sus pensamientos. “Quien quiera llevar la vida monástica no debe seguir su propia voluntad. Debe ser obediente y humilde, y estar atento a la hora de la muerte. Debe temer el juicio y el fuego eterno, y buscar el Reino celestial”. El Santo enseñó a los jóvenes monjes a fijar sus pensamientos en Dios mientras se dedicaban al trabajo físico. “Si los laicos trabajan para alimentarse a sí mismos y a sus familias, y para dar limosnas y ofrecer sacrificios a Dios, ¿no estamos nosotros como monjes obligados a trabajar para mantenernos y evitar la ociosidad? No debemos depender de extraños”.

 

El Santo exigió que los monjes guardaran silencio en la iglesia durante los servicios y las comidas. Cuando vio a los jóvenes monjes ayunar más que otros, les dijo que cortaran su propia voluntad y que siguieran la regla y los tiempos señalados para ayunar. Los instó a no llamar la atención sobre su ayuno, sino a comer con moderación.

 

En estos años san Eutimio convirtió y bautizó a muchos árabes. Entre ellos se encontraban los líderes sarracenos Aspebet y su hijo Terebon, a quienes san Eutimio curó de enfermedades. Aspebet recibió el nombre de Pedro en el bautismo y luego fue obispo entre los árabes.

 

La noticia de los milagros realizados por san Eutimio se esparció rápidamente. La gente venía de todas partes para ser sanada de sus dolencias, y él la curó. Incapaz de soportar la fama y la gloria, el monje abandonó el monasterio en secreto, llevándose solo a su discípulo más cercano, Domeciano. Se retiró al desierto de Rouba y se asentó en el Monte Marda, cerca del Mar Muerto.

 

En su búsqueda de soledad, el Santo exploró el desierto de Zif y se instaló en la cueva donde David una vez se escondió del rey Saúl. San Eutimio fundó un monasterio junto a la cueva de David y construyó una iglesia. Durante este tiempo san Eutimio convirtió a muchos monjes de la herejía maniquea; igualmente, sanó a los enfermos y expulsó demonios.

 

Los visitantes perturbaron la tranquilidad del desierto. Como amaba el silencio, el santo decidió volver al monasterio de san Teoctisto. En el camino encontraron un sitio llano y sereno en una colina, y él permanecipó allí. Este se convertiría en el sitio de la Lavra de San Eutimio, y una pequeña cueva sirvió como su celda, y más tarde como su sepulcro.

 

San Teoctisto fue con sus hermanos a san Eutimio y le pidió que regresara al monasterio, pero el monje no estuvo de acuerdo. Sin embargo, prometió asistir a los servicios dominicales en el monasterio.

 

San Eutimio no quiso tener a nadie cerca, ni organizar un cenobio o una Lavra. El Señor le ordenó en una visión que no ahuyentara a los que acudían a él para la salvación de sus almas. Después de algún tiempo, los hermanos se reunieron de nuevo a su alrededor y él organizó una Lavra, siguiendo el modelo de la Lavra de Tharan. En el año 429, cuando san Eutimio tenía cincuenta y dos años, el patriarca Juvenal de Jerusalén consagró la iglesia Lavra y la dotó de presbíteros y diáconos.

 

La Lavra era pobre al principio, pero el Santo creía que Dios proveería para Sus siervos. Una vez, 400 armenios en dirección al Jordán arribaron a la Lavra. Al ver esto, san Eutimio llamó al mayordomo y le ordenó que alimentara a los peregrinos. El mayordomo dijo que no había suficiente comida en el monasterio. San Eutimio, sin embargo, insistió. Yendo al almacén donde se guardaba el pan, el mayordomo encontró una gran cantidad de pan, y también estaban plenas las tinajas de vino y las tinajas de aceite. Los peregrinos comieron hasta saciarse, y durante tres meses no se pudo cerrar la puerta del almacén por la abundancia de pan. La comida permaneció intacta, al igual que la tinaja de harina y la vasija de aceite de la viuda de Sarepta (1/3 Reyes 17:8-16).

 

Una vez, el monje Auxencio se negó a cumplir con la obediencia asignada. A pesar de que san Eutimio lo convocó y lo instó a cumplir, se obstinó. El Santo entonces gritó en voz alta: “Serás recompensado por tu insubordinación”. Un demonio agarró a Auxencio y lo arrojó al suelo. Los hermanos le pidieron a Abba Eutimio que lo ayudara, y luego el santo curó al infortunado, quien volvió en sí, pidió perdón y prometió corregirse. “La obediencia”, decía san Eutimio, “es una gran virtud. El Señor ama la obediencia más que el sacrificio, pero la desobediencia lleva a la muerte”.

 

Dos de los hermanos se sintieron abrumados por la austera vida del monasterio de san Eutimio y decidieron huir. San Eutimio vio en una visión que serían atrapados por el diablo. Los convocó y les advirtió que abandonaran su intención destructiva. Él dijo: “Nunca debemos admitir malos pensamientos que nos llenen de tristeza y odio por el lugar en el que vivimos y sugieran que nos vayamos a otro sitio. Si alguien trata de hacer algo bueno en el lugar donde vive, pero no lo consigue, no debe pensar que lo logrará en otro lugar. No es el lugar el que produce el éxito, sino la fe y la voluntad firme. Un árbol que se trasplanta a menudo no da fruto”.

 

En el año 431 se convocó en Éfeso el Tercer Concilio Ecuménico para combatir la herejía nestoriana. San Eutimio se regocijó por la afirmación de la fe ortodoxa, pero se afligió por el arzobispo Juan de Antioquía quien defendió a Nestorio.

 

En el año 451 se reunió en Calcedonia el Cuarto Concilio Ecuménico para condenar la herejía de Dióscoro quien, a diferencia de Nestorio, afirmaba que en el Señor Jesucristo sólo hay una naturaleza, la divina (por eso la herejía fue llamada Monofisita). Enseñó que, en la Encarnación, la naturaleza humana de Cristo es asimilada por la naturaleza divina.

 

San Eutimio aceptó las conclusiones del Concilio de Calcedonia y lo reconoció como ortodoxo. La noticia de esto se difundió rápidamente entre los monjes y ermitaños. Muchos de ellos, que antes habían creído erróneamente, aceptaron las conclusiones del Concilio de Calcedonia siguiendo el ejemplo de san Eutimio.

 

Por su vida ascética y su firme confesión de la fe ortodoxa, a san Eutimio se le llama “el Grande”. Cansado por el contacto con el mundo, el Santo Abba se fue por un tiempo al desierto interior. Después de su regreso a la Lavra, algunos de los hermanos vieron que cuando celebraba la Divina Liturgia, fuego descendía del cielo y rodeaba al santo. El mismo san Eutimio reveló a varios de los monjes que a menudo veía a un ángel celebrando la Santa Liturgia con él. El Santo tenía el don de la clarividencia y podía discernir los pensamientos y el estado espiritual de una persona a partir de su apariencia externa. Cuando los monjes recibían los Santos Misterios, el Santo conocía quién se acercaba dignamente y quién recibía indignamente.

 

Cuando san Eutimio tenía 82 años, el joven Sabas (el futuro San Sabas el Santificado, 5 de diciembre), vino a su Lavra. Nuestro Venerable Padre lo recibió con amor y lo envió al monasterio de San Teoctisto. Predijo que San Sabas eclipsaría a todos sus otros discípulos en virtud.

 

Cuando el Santo tenía noventa años, su compañero y colega monje Teoctisto enfermó gravemente. San Eutimio fue a visitar a su amigo y permaneció en el monasterio varios días. Se despidió de él y estuvo presente en su final. Después de enterrar su cuerpo en una tumba, regresó a la Lavra.

 

Dios reveló a san Eutimio el momento de su reposo. En la víspera de la fiesta de san Antonio el Grande (17 de enero) san Eutimio dio la bendición para servir la Vigilia nocturna. Cuando terminó el servicio, llevó aparte a los sacerdotes y les dijo que no volvería a hacer otra Vigilia con ellos, porque el Señor lo estaba llamando de esta vida terrena.

 

Todos estaban llenos de una gran tristeza, pero el Santo pidió a los hermanos que se reunieran con él en la iglesia por la mañana. Él comenzó a instruirlos, “Si me amáis, guardad mis mandamientos (Jn 14:15). El amor es la virtud más alta y el vínculo de la perfección (Col 3:14). Toda virtud se asegura con el amor y la humildad. El Señor se humilló a Sí mismo por Su Amor por nosotros y se hizo hombre. Por lo tanto, debemos alabarlo sin cesar, especialmente porque los monjes hemos escapado de las distracciones y preocupaciones mundanas”.

 

“Miren por ustedes mismos, y conserven sus almas y cuerpos en la pureza. No dejen de asistir a los servicios de la iglesia y mantengan las tradiciones y reglas de nuestra comunidad. Si alguno de los hermanos pugna con pensamientos inmundos, corríjanlo, consuélenlo e instrúyanlo, para que no caiga en las trampas del diablo. Jamás nieguen la hospitalidad a los peregrinos. Ofrezcan una cama a cada extraño. Den lo que puedan para ayudar a los pobres en su desgracia”. Después de haber dado instrucciones para la guía de los hermanos, el Santo prometió permanecer siempre en el espíritu con ellos y con los que los seguían en su monasterio.

 

San Eutimio luego despidió a todos menos a su discípulo Domeciano. Permaneció en el altar durante tres días, luego descansó el 20 de enero de 473 a la edad de noventa y siete años.

 

Una multitud de monjes de todos los monasterios y del desierto acudieron a la Lavra para el entierro del Santo Abba, entre los cuales estaba san Gerásimo. También acudió con su clero el patriarca Anastasio, así como los monjes Martirio y Elías de Nitria, que más tarde se convirtieron en patriarcas de Jerusalén, como había predicho san Eutimio.

 

Domeciano permaneció junto a la tumba del Anciano durante seis días. En el séptimo día, vio al Santo Abba en gloria, haciendo señas a su discípulo. “Ven, hijo mío, el Señor Jesucristo quiere que estés conmigo”.

 

Después de contarles a los hermanos acerca de la visión, Domeciano fue a la iglesia y gozosamente entregó su alma a Dios. Fue enterrado junto a san Eutimio. Las reliquias de San Eutimio permanecieron en su monasterio en Palestina, y el peregrino ruso Higúmeno Daniel las vio en el siglo XII.

 


REFERENCIAS

Orthodox Church in America. (2023). Venerable Euthymius the Great. New York, Estados Unidos: OCA.

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