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NUESTRO VENERABLE PADRE SAN MACARIO EL EGIPCIO

conmemorado el 19 de enero.


Nuestro Venerable Padre san Macario el egipcio nació a principios del siglo IV en el pueblo de Ptinapor en Egipto. Por deseo de sus padres contrajo matrimonio, pero pronto enviudó. Después de enterrar a su esposa, Macario se dijo a sí mismo: “Ten cuidado, Macario, y cuida tu alma. Es apropiado que abandones la vida mundana”.


El Señor recompensó al Santo con larga vida, pero desde entonces el recuerdo de la muerte estuvo constantemente con él, impulsándolo a la obra ascética de oración y penitencia. Comenzó a visitar la iglesia de Dios más asiduamente y a estar más profundamente absorto en la Sagrada Escritura, pero no se separó de sus padres ancianos, cumpliendo así el mandamiento de honrar a los padres.


Hasta el reposo de sus padres, san Macario empleó sus bienes restantes para ayudarlos y comenzó a orar devotamente para que el Señor lo encauzara en el camino de la salvación. El Señor puso en su camino un experimentado Anciano, que moraba el desierto, no lejos de la aldea. El Anciano acogió al joven con amor, lo guio en la ciencia espiritual de la vigilia, el ayuno y la oración, y le enseñó el oficio de tejer canastas. Después de construir una celda separada no muy lejos de la suya, el Anciano instaló a su discípulo en ella.


El obispo local llegó un día a Ptinapor y, sabiendo de la vida virtuosa del Santo, lo ordenó para el diaconado en contra de su voluntad. San Macario se sintió abrumado por esta perturbación de su silencio, por lo secretamente marchó hacia otro sitio. El Enemigo de nuestra salvación inició una pertinaz contienda con el asceta, tratando de atemorizarlo, sacudiendo su celda e induciendo pecaminosos pensamientos. San Macario rechazó los ataques del demonio, defendiéndose con la oración y la Señal de la Cruz.


La gente inicua calumnió al Santo, acusándolo de seducir a una mujer de un pueblo cercano. Lo sacaron forzadamente de su celda y se burlaron de él. San Macario soportó la tentación con gran humildad. Sin murmurar, envió el dinero que obtuvo por sus canastas para el sostenimiento de la mujer embarazada.


La inocencia de san Macario se manifestó cuando la mujer, que sufrió tormentos durante muchos días, no pudo dar a luz. Ella confesó que había calumniado al ermitaño y reveló el nombre del verdadero padre. Cuando sus padres conocieron la verdad, quedaron atónitos y se propusieron acudir al Santo para pedir su perdón. Aunque san Macario aceptó voluntariamente la deshonra, rehuyó los elogios de los hombres. Huyó de ese lugar de noche y se asentó en el monte Nitria en el desierto de Pharan.


Así la humana impiedad contribuyó a la prosperidad del justo. Habiendo vivido en el desierto durante tres años, acudió a san Antonio el Grande, Padre del monacato egipcio, porque había oído que todavía estaba vivo en el mundo, y anhelaba verlo. Abba Antonio lo recibió con amor y Macario se convirtió en su devoto discípulo y seguidor. San Macario vivió con él durante mucho tiempo y luego, por consejo del Santo Abba, marchó hacia el monasterio de Escete (en la parte noroeste de Egipto). De tal manera brilló en el ascetismo que llegó a ser llamado “un joven anciano”, porque se había distinguido como un monje experimentado y maduro, aunque no había llegado a los treinta años.


San Macario resistió numerosos ataques demoníacos en contra suya. Una vez, él estaba cargando ramas de palma para tejer canastas, y un diablo lo encontró en el camino y quiso herirlo con una hoz, mas no pudo hacerlo, y dijo: “Macario, sufro una gran angustia a causa tuya porque no puedo vencerte. Hago todo lo que haces. Tú ayunas y yo no como nada. Tú velas y yo nunca duermo. Sólo me superas en una cosa: la humildad”.


Cuando el Santo cumplió cuarenta años, fue ordenado sacerdote y se convirtió en la cabeza de los monjes que vivían en el desierto de Escete. Durante estos años, san Macario visitó a menudo a san Antonio el Grande, recibiendo de orientación de su parte en conversaciones espirituales. Abba Macario se consideró digno de estar presente en la dormición de san Antonio y recibió su bastón. También recibió una doble porción del poder espiritual de Antonio, así como el profeta Eliseo una vez recibió una doble porción de la gracia del profeta Elías, junto con el manto que dejó caer del carro de fuego.


San Macario realizó muchas curaciones. La gente acudió a él desde varios lugares en busca de ayuda y consejo, suplicando sus santas oraciones. Todo esto perturbó la quietud del Santo. Por lo tanto, cavó una cueva profunda debajo de su celda y se ocultó allí para orar y meditar.


San Macario alcanzó tal audacia ante Dios que, a través de sus oraciones, el Señor resucitó a los muertos. A pesar de alcanzar tales alturas de santidad, continuó conservando su inusual humildad. Una vez el Santo Abba atrapó a un ladrón cargando sus cosas en un burro que estaba cerca de la celda. Sin revelar que él era el dueño de estas cosas, el monje comenzó a ayudar a amarrar la carga. Habiéndose alejado del mundo, el monje se dijo a sí mismo: “Nosotros no traemos nada en absoluto a este mundo; claramente, no es posible sacar nada de él. ¡Bendito sea el Señor por todas las cosas!”.


Una vez, san Macario estaba caminando y vio una calavera tirada en el suelo. Él preguntó: “¿Quién eres?” La calavera respondió: “Yo era un sumo sacerdote de los paganos. Cuando tú, Abba, oras por los que están en el infierno, recibimos algo de mitigación”.


El monje preguntó: “¿Qué son estos tormentos?” “Estamos sentados en un gran fuego”, respondió la calavera, “y no nos vemos. Cuando oras, comenzamos a vernos un poco, y esto nos brinda cierto consuelo”. Habiendo escuchado tales palabras, el Santo comenzó a llorar y preguntó: “¿Hay tormentos aún más feroces?” La calavera respondió: “Debajo de nosotros están aquellos que conocieron el Nombre de Dios, mas lo despreciaron y no guardaron Sus mandamientos. Soportan tormentos aún más severos”.


Una vez, mientras oraba, San Macario escuchó una voz: “Macario, aún no has alcanzado tanta perfección en virtud como dos mujeres que viven en la ciudad”. El humilde asceta fue a la ciudad, encontró la casa donde vivían las mujeres y llamó. Las mujeres lo recibieron con alegría, y él dijo: “He venido del desierto a buscarlas para conocer sus buenas obras. Háblenme de ellas y no oculten nada”. Las mujeres respondieron con sorpresa: “Vivimos con nuestros maridos y no tenemos tales virtudes”. Pero el santo siguió insistiendo, y entonces las mujeres le dijeron: “Nos casamos con dos hermanos. Después de vivir juntos en una casa durante quince años, no hemos pronunciado una sola palabra maliciosa o vergonzosa, y nunca nos peleamos entre nosotros. Les pedimos a nuestros maridos que nos permitieran entrar en un monasterio de mujeres, pero no accedieron. Prometimos no pronunciar una sola palabra mundana hasta nuestra muerte”.


San Macario glorificó a Dios y dijo: “En verdad, el Señor no busca vírgenes ni mujeres casadas, ni monjes ni laicos, sino que valora la intención libre de una persona, aceptándola como el hecho mismo. Él concede al libre albedrío de todos, la gracia del Espíritu Santo, que obra en el individuo y dirige la vida de todos los que anhelan ser salvos”.


Durante los años del reinado del emperador arriano Valente (364-378), san Macario el Grande y san Macario de Alejandría fueron perseguidos por los adeptos del obispo arriano Lucio. Se apoderaron de ambos Ancianos y los pusieron en un barco, enviándolos a una isla donde solo vivían paganos. Por las oraciones de los Santos, la hija de un sacerdote pagano fue liberada de un espíritu maligno. Después de esto, el sacerdote pagano y todos los habitantes de la isla fueron bautizados. Cuando se enteró de lo sucedido, el obispo arriano temió un levantamiento y permitió que los Ancianos regresaran a sus monasterios.


La mansedumbre y la humildad del venerable monje transformaron las almas humanas. “Una palabra dañina”, dijo Abba Macario, “hace malas las cosas buenas, pero una buena palabra hace buenas las cosas malas”. Cuando los monjes le preguntaron cómo rezar correctamente, respondió: “La oración no requiere muchas palabras. Sólo es necesario decir: “Señor, como quieres y como sabes, ten piedad de mí”. Si un enemigo cae sobre ti, solo necesitas decir: “¡Señor, ten piedad!” El Señor sabe lo que nos es útil y nos concede misericordia”.


Cuando los hermanos preguntaron cómo debe comportarse un monje, el Santo respondió: “Perdóname, todavía no soy monje, pero he visto monjes. Les pregunté qué debo hacer para ser monje. Ellos respondieron: ‘Si un hombre no se aparta de todo lo que hay en el mundo, no es posible ser un monje’. Entonces dije: ‘Soy débil y no puedo ser como ustedes’. Los monjes respondieron: ‘Si no puedes renunciar al mundo como lo tenemos nosotros, entonces ve a tu celda y llora por tus pecados’”.


San Macario dio un consejo a un joven que deseaba convertirse en monje: “Huye de la gente y serás salvo”. Aquel preguntó: “¿Qué significa huir de la gente?” El monje respondió: “Siéntate en tu celda y arrepiéntete de tus pecados”.


San Macario lo envió a un cementerio para reprender y luego alabar a los muertos. Luego le preguntó qué le habían dicho. El joven respondió: “Guardaron silencio tanto para la alabanza como para el reproche”. “Si quieres ser salvo, sé como un muerto. No te enojes cuando te insulten, ni te envanezcas cuando te elogien”. Y, además: “Si la calumnia es como alabanza para ti, la pobreza como riqueza, la insuficiencia como abundancia, entonces no perecerás”.


La oración de san Macario salvó a muchos en circunstancias peligrosas y los preservó del daño y la tentación. Su benevolencia era tan grande que decían de él: “Así como Dios ve el mundo entero, pero no castiga a los pecadores, así Abba Macario cubre las debilidades de su prójimo, que parecía ver sin ver, y oír sin oír”.


El monje vivió hasta la edad de noventa años. Poco antes de su muerte, se le aparecieron los Santos Antonio y Pacomio, llevándole el gozoso mensaje de su partida hacia la vida eterna en nueve días. Después de instruir a sus discípulos para que conservaran la Regla monástica y las tradiciones de los Padres, los bendijo y comenzó a prepararse para la muerte. San Macario partió hacia el Señor diciendo: “En Tus manos, oh Señor, encomiendo mi espíritu”.


Abba Macario pasó sesenta años en el desierto, estando muerto para el mundo. Pasó la mayor parte de su tiempo en conversación con Dios, a menudo en un estado de éxtasis espiritual. Pero nunca dejó de llorar, de arrepentirse y de trabajar. Los profundos escritos teológicos del Santo se basan en su propia experiencia personal. Cincuenta homilías espirituales y siete tratados ascéticos se preservan como precioso legado de su sabiduría espiritual. Varias oraciones compuestas por San Macario el Grande todavía son utilizadas por la Iglesia en las Oraciones antes de dormir y también en las Oraciones de la mañana.


La meta y propósito más elevado del hombre, la unión del alma con Dios, es un principio primordial en las obras de san Macario. Al describir los métodos para alcanzar la comunión mística, el Santo se basa en la experiencia de los grandes maestros del monacato egipcio y en su propia experiencia. El camino hacia Dios y la experiencia de los santos ascetas de la unión con Dios se revela al corazón de cada creyente.


La vida terrena, según san Macario, guarda un único significado: preparar el alma, hacerla capaz de percibir el Reino Celestial y establecer en el alma una afinidad con la patria celestial.


“Para aquellos que verdaderamente creen en Cristo, es necesario cambiar y transformar el alma de su actual naturaleza degradada a otra naturaleza divina, y ser formado de nuevo por el poder del Espíritu Santo”.


Ésto es posible, si verdaderamente creemos y amamos verdaderamente a Dios y hemos observado todos Sus santos mandamientos. Si uno desposado con Cristo en el Bautismo no busca y recibe la luz divina del Espíritu Santo en la vida presente, “entonces cuando se separa del cuerpo, es separado en las regiones de oscuridad en el lado izquierdo. No entra en el Reino de los Cielos, sino que tiene su fin en el infierno con el diablo y sus ángeles” (Homilía 30:6).


En la enseñanza de san Macario, la acción interior del cristiano determina el alcance de su percepción de la verdad y el amor divinos. Cada uno de nosotros alcanza la salvación por la gracia y el don divino del Espíritu Santo, pero alcanzar la medida perfecta de virtud, que es necesaria para la asimilación del alma de este don divino, sólo es posible “por la fe y por el amor con el fortalecimiento de Libre albedrío”. Así, el cristiano hereda la vida eterna “tanto por gracia como por verdad”.


La salvación es una acción divino-humana, y alcanzamos el éxito espiritual completo “no sólo por el poder y la gracia divinos, sino también por la realización de las obras propias”. Por otro lado, no es sólo dentro de “la medida de la libertad y la pureza” que llegamos a la solicitud adecuada, no es sin “la cooperación de la mano de Dios arriba”. La participación del hombre determina la condición real de su alma, inclinándolo así al bien o al mal. “Si un alma que todavía está en el mundo no posee en sí misma la santidad del Espíritu para una gran fe y para la oración, y no lucha por la unidad de la comunión divina, entonces no es apta para el reino celestial”.



REFERENCIAS

Orthodox Church in America. (2023). Venerable Macarius the Great of Egypt. New York, Estados Unidos: OCA.

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