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SAN IGNACIO BRIANCHANINOV

conmemorado el 30 de abril.


El Santo Futuro Jerarca Ignacio Brianchaninov (ru. Игнатий Брянчанинов, en el mundo Dmitry Alexandrovich Brianchaninov, ru. Дмитрий Александрович Брянчанинов) fue elegido para el servicio de Dios aún antes de su nacimiento el día 6 del mes de febrero del año 1807. Su padre, Aleksándr Brianchaninov, era un terrateniente en el poblado de Pokróvskoye (ru. Покровское) en la provincia de Vologda. El nacimiento del Santo fue fruto de las fervorosas oraciones de su devota madre, pues hasta entonces no había concebido hijos. Su madre Sofía (1786–1832) había sido estéril por largo tiempo y visitaba los lugares santos de la región pidiendo a Dios que la diera un hijo. Al fin, sus oraciones fueron escuchadas y dio a luz un hijo, el cual, en el Santo Bautismo recibió el nombre de Dmitry, en honor a san Dmitry de Priluki (ru. Димитрий Прилуцкий, 11 de febrero).

El joven Dmitry pasó su infancia en Pokróvskoye, en el entorno natural de la vida rural. A medida que maduró, se volvió apacible y reflexivo. Le encantaba ir a la iglesia y asistía a menudo a los servicios. En su tiempo libre, el niño leía libros espirituales y oraba. Después del Santo Evangelio, su libro favorito era La Escuela Espiritual, una antiquísima colección de Vidas y Dichos de los Santos de Cristo en cinco volúmenes. Aunque se sintió atraído por la vida monástica, sus padres no lo aprobaron. Además, era bastante inusual que un noble siguiera semejante camino. Aleksándr Brianchaninov provenía de una antigua y respetada familia y, siendo un hombre cosmopolita con vínculos con el palacio, planeó una carrera militar para su hijo.

Cuando Dmitry cumplió quince años de edad, su padre lo inscribió en la Escuela Imperial de Ingenieros Militares de San Petersburgo. Obtuvo tan buenos resultados en el examen de ingreso que incluso atrajo la atención del director de la escuela, el gran duque Nikolai Pávlovich, el futuro zar Nikolai I. El príncipe invitó al joven al palacio y lo presentó a su esposa, quien sugirió que se le otorgara una beca.

En la escuela se ganó el cariño de los profesores y administradores por sus excelentes calificaciones y conducta ejemplar. Dmitry incluso fue recibido en la casa de Alekséi N. Olenin, entonces presidente de la Academia de Artes, Arqueología e Historia, donde conoció a todas las figuras literarias prominentes del tiempo: Konstantín Nikoláievich Bátiushkov, Nikolay Ivanovich Gnedich, Iván Andréyevich Krylov y también Aleksandr Serguéievich Pushkin. Dichas reuniones contribuyeron al desarrollo del talento literario del joven.

Sin embargo, ni el barullo de la capital, ni sus placeres mundanos, pudieron extinguir la llama que había encendido la gracia divina en su alma. Su espíritu estaba turbado por numerosos pensamientos: su mente estaba llena de dudas y su corazón estaba repleto de pasiones. En estado tal, Dmitry se refugió en la oración. Él oraba constantemente día y noche. Al mismo tiempo, deseaba recibir la Sagrada Comunión no sólo una vez al año, como era costumbre en la escuela. Deseando participar de éste alimento espiritual (Jn 6:48-58), Dmitry rindió su confesión ante el sacerdote de la escuela, quien quedó sorprendido por tal petición. No sólo se negó a permitir que Dmitry participara de la Eucaristía con mayor asiduidad, sino que, juntamente, notificó a las autoridades de la escuela lo que había oído en Confesión, lo cual era inexcusable.

A pesar de su excelente historial, Dmitry se deprimía cada vez más ante la idea de una carrera como oficial militar, y aún deseaba convertirse en monje. Él y su amigo Mikhaíl Chikhachov († 16 de enero de 1873) decidieron visitar el Monasterio de Aleksándr Nevsky en San Petersburgo para confesarse. El padre confesor Atanasio (ru. Афанасий) fue más comprensivo que el sacerdote de la escuela y no los desanimó cuando expresaron su deseo de convertirse en monjes. Pero aún había muchos obstáculos y duras pruebas que los jóvenes ascetas debían superar antes de poder alcanzar su propósito, que era encontrar refugio tras los muros de un Santo Monasterio. Naturalmente, la mayor oposición a sus planes vino de sus propios familiares.

Cuando el anciano señor Brianchaninov se enteró de la vida y de las actividades de su hijo, escribió inmediatamente al director de la escuela, el conde Sivers, pidiéndolo que vigilara muy de cerca a su hijo. También escribió al Metropolitano Serafín de San Petersburgo diciéndole que el padre confesor de la Lavra, padre Atanasio, estaba animando a su hijo a convertirse en monje. El Metropolitano, temiendo problemas por parte de la gente poderosa de éste mundo, reprendió severamente al padre Atanasio y lo prohibió recibir a los dos jóvenes para la confesión. Ésto fue muy difícil para Dmitry, por lo que decidió discutir el asunto con el Metropolitano en persona. Después de ver al joven y escuchar su sincera explicación, el Metropolitano lo bendijo para que visitara la Lavra y a su padre confesor una vez más. Entretanto, la decisión del joven de abandonar el mundo arribó a una resolución definitiva y determinó seguir el llamado de su voz interior. La razón principal por la cual Dmitry decidió cumplir su deseo de inmediato fue su encuentro con el stárets (ru. Старец) Lev (ru. Лев), del Monasterio de Óptina Pústyñ (ru. монастырь Оптина Пустынь), quien se distinguía por su sabiduría divina, santidad de vida y experiencia en la vida ascética del monacato. Después de su primera conversación, Dmitry dijo a su amigo: “El padre Lev ha conquistado mi corazón. Ahora es definitivo. Solicitaré mi baja y seguiré al Anciano”.

Sin embargo, antes de que Dmitry pudiera encontrar sereno amparo dentro de los muros del Monasterio, tuvo que soportar algunas grandes pruebas; primero con su familia, y segundo con los poderosos de éste mundo. Incapaz de alcanzar su anhelo, el joven afligido abandonó su hogar y se dirigió a la capital. Allí lo aguardaba otra tormenta. Tan pronto como terminó su último examen, solicitó la baja del servicio militar (que aún no había comenzado). Cuando el zar Nikolai I escuchó noticia de ello, pidió a su hermano, el Gran Duque, que disuadiera al joven. Todas las cordialidades, argumentaciones e incluso amenazas del poderoso príncipe fueron en vano. El joven permaneció inflexible. Entonces el Gran Duque informó a Dmitry que el zar se había negado a liberarlo y que había sido asignado a la fortaleza de Dinaburg. Amargamente, el joven oficial se vio obligado a someterse; sin embargo, cuando arribó a Dinaburg enfermó gravemente. Cuando visitó la fortaleza en el año 1827, el Gran Duque pudo comprobar por sí mismo que Dmitry no estaba en condiciones de continuar el servicio militar y lo concedió la tan deseada baja. Así llegó a su fin la vida secular del joven Dmitry.

Tras obtener su baja, Dmitry viajó vía San Petersburgo al Monasterio de Svirsky y al hogar del stárets Lev (que vivía allí en aquel tiempo porque era perseguido en Valaam por el Superior, el padre Inocencio), para someterse a éste experimentado director espiritual y comenzar su vida monástica. Arribando a San Petersburgo, vistiendo prendas modestas, Dmitry se hospedó en el apartamento de Chikhachov. Su amigo Mikhaíl también solicitó la liberación, pero no le fue concedida. Por eso se vio obligado a permanecer en el servicio durante algún tiempo más. Dmitry partió solo al Monasterio de Svirsky, donde comenzó su ascetismo de obediencia. Mientras tanto, airados sus padres segaron todo vínculo con él y lo negaban cualquier ayuda material.

Siendo novicio, el futuro instructor de monjes se distinguió por su completa obediencia y profunda humildad. Asignado a trabajar en la cocina, obedeció con humildad todas las órdenes del cocinero (que resultó ser antiguo siervo de su padre), y toda la hermandad comenzó a respetar y amar al joven asceta. El Anciano Lev era el padre espiritual del joven novicio. Dmitry, con su singular obediencia, consolidó su relación con su instructor. Ésta relación se asemeja a la de los antiguos novicios con sus Ancianos. Dmitry no daba un solo paso sin el conocimiento de su Padre Espiritual, y cada día lo revelaba todos sus pensamientos y deseos más íntimos. En éste caso, el Anciano era como un verdadero instructor en el espíritu del verdadero monacato, tal como lo ejemplificaban los antiguos ascetas del cristianismo primitivo.

El novicio vivió éste tipo de vida en el Monasterio de Svirsky, y también en la ermita de Ploschansk, a donde su instructor se vio obligado a trasladarse con sus discípulos pasado un año. Aquí Dmitry se sintió reconfortado por la llegada de su íntimo amigo Mikhaíl Chikhachov. Reunidos en el tranquilo aislamiento del Monasterio, los amigos comenzaron a practicar el ascetismo de la piedad, ofreciéndose ayuda mutua. El padre Lev los dio la bendición para hacerlo. Sin embargo, los jóvenes ascetas no pudieron permanecer mucho tiempo en la tranquila morada de la Ermita de Ploschanskaya. Debido a la persecución por parte del Superior, el padre Lev se vio obligado a trasladarse a Óptina. A sus discípulos también se los ordenó que partieran dondequiera que quisieran.

Los demás monjes, afligidos porque admiraban la vida estricta y serena de los dos novicios, los vieron partir. Los monjes los ofrecieron cinco rublos que habían reunido para sus gastos de viaje. Primero, los dos amigos fueron a la Ermita de Ploschanskaya (ru. Площанская), mas no fueron aceptados allí. Luego viajaron a Óptina para permanecer con su bienamado Anciano, pero el abad Moisés no los admitió por largo tiempo. Finalmente, debido a sus constantes súplicas, se vio obligado a aceptar a éstos dos brillantes ex oficiales que, por amor a Cristo, habían rechazado toda vanidad mundana.

Su posición en Óptina era ardua. El Superior los trató con severidad y los monjes desconfiaron de ellos. El mal alimento y el clima afectaron a Dmitry, que enfermó gravemente. Chikhachov cuidó de su amigo, pero pronto él también fue atacado por una fiebre debilitante. Mientras tanto, los padres de Dmitry suavizaron su opinión sobre su hijo. Su madre enfermó, y ésta enfermedad despertó sus instintos maternales y deseó volver a ver a su hijo. Incluso el severo padre pareció ablandarse un poco e invitó a su hijo y a su amigo a visitarlos. Dmitry y Mikhaíl los visitaron sin dilación, pero su reencuentro estuvo lejos de ser agradable. Su madre se sentía mejor, y a medida que su malestar disminuía, los afectuosos sentimientos de su padre también decrecían, y Dmitry experimentó una álgida recepción. Aleksándr Brianchaninov aún esperaba que su hijo tuviera una carrera brillante, por lo que intentó obligarlo a abandonar la vida monástica y entrar en el servicio civil o militar. Por eso, el joven empezó a sentirse agobiado por la vida en el mundo.

A principios del año 1830, él y Mikhaíl ingresaron en el Monasterio de San Cirilo de Belozersk (ru. Белозéрск, lit. “Ciudad del Lago Blanco”). El Superior en aquel tiempo era el padre Arkadios, hombre Santo, pero sencillo de corazón. Al ver verdaderos monjes en éstos recién llegados, los recibió con amor. Casi tan pronto como los dos amigos comenzaron su vida en ese Monasterio, Dmitry fue atacado una vez más por una fiebre terrible. El Monasterio estaba situado en una isla en un gran lago, y la humedad lo impedía permanecer allí por más tiempo. Chikhachov también enfermó. Dmitry volvió a Vologda para recuperar su salud, mientras que Chikhachov regresó a su casa en la provincia de Pskov.

Al joven asceta le resultó difícil volver a vivir en el mundo después de haberlo rechazado. Su única felicidad entonces eran sus conversaciones con el obispo Stepán de Vologda, quien llegó a querer al joven novicio y a menudo lo invitaba a visitarlo. Tan pronto como Dmitry se recuperó, lo bendijo para que viviera en la Ermita de la Dormición. Aquí Dmitry se dedicó a sus habituales labores de contemplación y oración. Mientras tanto, su estricto padre seguía insistiendo en que volviera a ingresar al servicio. No dejó a su hijo en paz ni siquiera cuando fue trasladado de la Ermita al lejano y hermético Monasterio de Glushitsa Sosnovetsk. Por tal razón Dmitry rogó al obispo Stepán que lo tonsurara lo antes posible. Conociendo el estado espiritual de Dmitry, decidió hacerlo. Obtuvo un permiso especial del Santo Sínodo, luego convocó a Dmitry a Vologda y lo ordenó que se preparara para la tonsura, pero que lo ocultara a sus parientes.

El día 20 del mes de junio del año 1831 se cumplió el deseo de su corazón. Fue tonsurado por el obispo Stepán y dado el nombre de Ignacio (ru. Игнатий), en honor al Hieromártir Ignacio el Portador de Dios (20 de diciembre y 29 de enero). Cuando sus familiares arribaron a la Catedral ese día quedaron enormemente admirados ante la desconocida ceremonia que jamás habían visto antes. Quedaron aún más disgustados por el acto de su hijo, que destrozó todas sus esperanzas y planes más preciados. Sin embargo, ésto no perturbó al monje recién tonsurado. Fue ordenado diácono el 05 de julio y presbítero el 20 de julio. Así mismo fue nombrado Superior del Monasterio Grigoriev Pel'shemsk Lopotov.

El Monasterio de Lopotov estaba casi enteramente en ruinas. Todo tuvo que ser restaurado o reconstruido. El nuevo Superior comenzó su obra con celo y pronto el Monasterio de Lopotov se miró irreconocible. No sólo su exterior fue restaurado, sino también su interior, en su vida espiritual. Todo ésto se debió al nuevo Superior. El padre Ignacio no escatimó esfuerzos en obrar por el bien del Monasterio. Por ejemplo, durante todo el invierno del año 1832 vivió en la pequeña y humilde cabaña del vigilante de la iglesia. Éstos trabajos del joven Hieromonje fueron obrados para la gloria de Dios, pero no permaneció sin alegría. Su primera alegría fue el encuentro con su querido amigo Chikhachov, que también vino a vivir al Monasterio de Lopotov y fue el enérgico ayudante del Superior. Su segunda alegría fue hacer las paces con sus padres. Comenzó a visitarlos nuevamente y, bajo su influencia, ellos se volvieron más favorables hacia él. Su madre, en especial, cambió y dio gracias a Dios por haber hecho de su primogénito su siervo. Durmió en el Señor poco después, a la edad de cuarenta y seis años, y recibió la Sagrada Comunión por última vez de manos de su hijo. Soportó su dolor con auténtica fortaleza cristiana y trató de superarlo con trabajo extra en la reconstrucción del Monasterio. Los esfuerzos del joven Hieromonje fueron advertidos por el obispo Stepán, quien lo elevó al rango de Higúmeno en enero del año 1833.

Sus labores no podían dejar de afectar a su cuerpo debilitado y enfermizo, sobre todo porque el Monasterio de Lopotov se hallaba en un pantano. Tales condiciones lo enfermaron otra vez hasta que su amigo Chikhachov intentó convencerlo de trasladarse a otro lugar. Gracias al auxilio de la condesa Anna Orlova-Chesmenskaya, la condición del padre Ignacio fue observada de cerca por el gran jerarca moscovita, el Metropolitano Filareto, quien lo ofreció ser superior del Monasterio de San Nikolai-Ugreshsky en su diócesis.

Sin embargo, la Providencia de Dios estaba preparando al padre Ignacio para más grandes obras. El zar Nikolai I se acordó de su amado alumno y ordenó que no lo enviaran a Moscú, sino a San Petersburgo, para poder verlo en persona. El humilde Higúmeno partió hacia la capital del norte, donde fue presentado al zar, quien se alegró de verlo. Tras breves explicaciones, el zar dijo: “¡Te amo como antes! Aún me debes la educación que te di por amor. No quisiste servirme en el puesto que te ofrecí y elegiste tu propio camino. Así pues, es por ese camino que debes saldar tu deuda conmigo. Te concedo la Ermita de la Santísima Trinidad de San Sergio, cerca de San Petersburgo. Quiero que vivas allí y la conviertas en un Monasterio que sirva de ejemplo para los demás Monasterios de la capital”.

Luego el zar Nikolai lo presentó a su esposa, que era amable con su antiguo discípulo, y le pidió que bendijera a sus hijos. El zar ordenó entonces que viniera el secretario del Sínodo y lo comunicó sus deseos. El Higúmeno Ignacio fue nombrado Superior de la Ermita de San Sergio y elevado al rango de Archimandrita. El nuevo Superior asumió sus funciones en la Ermita el 05 de enero del año 1834. Aquí, san Ignacio encontró nuevas ocupaciones. Hasta ese momento, la Ermita de San Sergio había estado presidida por obispos vicarios, lo que, por supuesto, no era bueno para el Monasterio. Su proximidad a la ciudad también fue perjudicial para ella. Todos los edificios de la Ermita necesitaban reparaciones, e incluso renovaciones importantes. Había sólo treinta monjes, y todos ellos estaban muy lejos del ideal monástico. Aquí reinaba con toda su fuerza la laxitud moral. Al Superior, con frecuencia indispuesto, lo resultaba difícil desempeñar sus deberes, que exigían incomodidades, preocupaciones y labores constantes. Fue especialmente difícil combatir la corrupción de sus monjes. Él mismo dijo: “Los celos, las malas palabras y la calumnia se alzaron, siseando, contra mí. Vi enemigos que respiraban una malicia indecible y que ansiaban mi destrucción”. Todo esto lo superó con su voluntad de hierro, oculta en el decaído cuerpo del humilde Superior.

Ni un año había pasado cuando la Ermita de San Sergio fue dada nueva vida y embellecida. Se obró incansablemente, se restauraron iglesias, se erigió una nueva vivienda, una nueva trapeza, panadería y tiendas. En medio de todas éstas construcciones, el zar y su familia visitaron inesperadamente el Monasterio. Cuando el zar llegó y entró en la iglesia a las 06:00 de la noche, preguntó al primer monje: “¿Está el padre Archimandrita en casa? Dígale que su viejo amigo desea verlo”. Cuando el Superior se apresuró a recibir a los ilustres huéspedes, el zar lo saludó y preguntó por su trabajo. Inspeccionó las obras, elogió el trabajo del padre Ignacio y prometió enviar dinero de la tesorería.

Embelleciendo el exterior del Monasterio, con ayuda del zar, el celoso Superior también lo dotó de un sentido de bienestar interior. Ahora todo estaba ordenado, los Servicios Divinos eran solemnes y grandiosos, y formó un hermoso coro. Pero se preocupaba aún más por la formación espiritual de los monjes del Monasterio. Examinó la vida personal de cada monje, instruyéndolos a hacer uso de su tiempo libre de una manera que beneficiara a sus almas: en la oración, el ayuno, la lectura de libros espirituales y el trabajo manual. En una palabra, trató de inculcarlos el espíritu de la verdadera vida monástica. Su gran experiencia, su celo incansable y su conocimiento del corazón humano, todo ello produjo resultados tales que el padre Ignacio pronto alcanzó sus propósitos. De hecho, había cumplido los deseos del zar al hacer de la ermita de San Sergio un modelo para otros Monasterios.

Al preocuparse por el perfeccionamiento de los demás, el propio padre Archimandrita progresó cada vez más hacia la perfección espiritual. Instruía no sólo con palabras sino también con su propio ejemplo. Su mayor deseo era poder alcanzar él mismo la belleza espiritual de los antiguos monjes de la Tebaida y Egipto, cuyo elevado ejemplo lo había cautivado desde su niñez. Para acercarse a su ideal, no escatimó ni su salud ni sus fuerzas en sus luchas ascéticas. Ésto lo acarreó enfermedad, lo que lo obligó a solicitar retirarse de su cargo.

Sin embargo, en vez de retirarse, el Archimandrita Ignacio recibió algún tiempo libre para recuperar su salud en el Monasterio de San Nikolai Babaev de Kostromá, en el río Volga. Después de vivir allí once meses en completo aislamiento, retornó nuevamente a sus funciones como Abad de la Ermita de San Sergio. Sin embargo, la idea de vivir como ermitaño nunca abandonó al padre Ignacio. Tras perder a su benefactor, el zar Nikolai, decidió dedicarse de nuevo a una vida aislada en un Skete. Incluso empezó a hacer arreglos con el padre Moisés de la Ermita de Óptina para que lo permitiera tener una celda en el Skete. Luego, de pronto, fue elegido obispo de Stavropol y el Cáucaso.

El padre Ignacio fue consagrado obispo del Cáucaso el 27 de octubre de 1857 en la Catedral de Kazán en San Petersburgo. El nuevo jerarca se despidió de todos en noviembre y puso en orden sus asuntos financieros. Partió hacia su nuevo destino y arribó a principios del año 1858. En el camino, casi fallece en una fuerte nevada. Cuando llegó a Stavropol, comenzó a desempeñar sus nuevas funciones con celo. Su diócesis lo exigía más que la mayoría de las demás, puesto que había sido establecida hacía poco tiempo. En la residencia del obispo apenas había con qué vivir. El clero era austero y su relación con su rebaño distaba de ser la que debería ser. Había que reorganizar las escuelas y mejorar las iglesias y los Servicios Divinos.

Después de ocuparse de los medios materiales de existencia en la residencia del obispo, san Ignacio dedicó la mayor parte de su atención a celebrar los Servicios Divinos según el Typikon de la Iglesia y a restablecer una relación adecuada entre el clero y el pueblo. En su trato con el clero, era amable, sencillo y directo. Siempre se preocupó por mejorar sus vidas, su educación y sus relaciones entre sí. Su atención particular recayó en las escuelas eclesiásticas y, en general, en cómo educar a las jóvenes generaciones en un verdadero espíritu cristiano. Gracias a la energía del obispo y al amor a su deber, la diócesis del Cáucaso pronto quedó en orden. Desgraciadamente, el obispo Ignacio no pudo gobernar la diócesis por mucho tiempo. La viruela, acompañada de una fiebre terrible, extenuaron por completo su salud. Ya estaba debilitado por sus anteriores luchas ascéticas y por su carga de trabajo.

Deseando completar el resto de su vida en la soledad que tanto anhelaba, el obispo decidió pedir al zar y al Sínodo que lo retiraran para poder completar sus días en paz. Su solicitud fue aceptada y recibió la jubilación con un salario. También fue nombrado Superior del Monasterio de San Nikolai Babaev en la diócesis de Kostromá.

El obispo llegó al Monasterio el 13 de octubre de 1861. Fue allí para estar en paz, pero estando acostumbrado al trabajo constante, no podía estar tranquilo sin hacer nada. Incluso ahora buscaba mejorar el Monasterio que le había sido confiado. El orden de los Servicios Divinos, la Regla del monasterio, la trapeza de los monjes, los aposentos, todo fue mejorado. Reconstruyó la vivienda del Superior; También construyó una hermosa iglesia nueva para reemplazar la antigua. Se encargó de que se utilizaran adecuadamente las tierras del Monasterio y sus finanzas crecieron. También mejoró la vida interior de los monjes. El obispo era el mismo instructor extraordinario que había sido en otros lugares.

En medio de todos sus trabajos, el mejor consuelo para él eran las visitas de varios amigos cercanos e invitados. Así, en su primer año en Babaev, y por última vez en sus vidas, llegó su amigo el padre Mikhaíl Chikhachov desde la Ermita de San Sergio. En el año 1862, su hermano retirado, ex gobernador de la provincia de Stavropol, vino a vivir al monasterio como “peregrino”. En agosto del año 1866 recibió la visita del zar Aleksándr II y del Gran Duque, quienes escucharon atentamente la conversación del Anciano sobre la vida monástica.

Además de sus conversaciones con los visitantes, al obispo Ignacio lo complacía su labor literaria. Releyó y reescribió sus artículos anteriores y escribió artículos nuevos. En éstos trabajos, en el cuidado del Monasterio y en sus luchas monásticas, el obispo Ignacio pasó todo su tiempo viviendo en el Monasterio de Babaev hasta la primavera de 1867. Nadie conocía, sino el propio Anciano, cuán cerca estaba el tiempo de su partida. Ya llevaba algún tiempo preparándose para ello.

El luminoso día de la Resurrección de Cristo, después de las Vísperas, de súbito anunció que nadie debía molestarlo, porque necesitaba prepararse para la muerte en soledad. Ésto ocurrió el día 16 de abril. Al día siguiente, el obispo comenzó a despedirse de sus amigos más cercanos. Cuando se despidió de su asistente de celda, quien lo aguardaba, se postró hasta el suelo ante él y dijo: “Batyushka (ru. Батюшка, lit. “Padrecito”), por favor, perdóname”. Tal era la humildad del Anciano, que conmovió hasta las lágrimas a todos los que esperaban en la celda. En aquellos días, solía decir que le resultaba difícil bajar la mente a los asuntos terrenales.

Sus sentimientos no lo defraudaron. El 30 de abril de 1867 descansó tranquilo y en paz. La muerte lo encontró en la soledad y en oración. Nadie sabía cuándo ni cómo su alma abandonó su cuerpo. Su cuerpo permaneció tres días en su celda, conservando en su rostro la huella de una paz y alegría sobrenaturales. Luego fue conducido a la iglesia del Monasterio y enterrado por el obispo Jonathan, vicario de la diócesis de Kostromá. El funeral parecía más una fiesta espiritual que un infeliz funeral.

San Ignacio fue glorificado por el Consejo Jubilar del Patriarcado de Moscú (6-9 de junio de 1988), durante la celebración milenaria del Bautismo de la Rus’. Sus santas reliquias se conservan en el Monasterio de Tolga, en el río Volga, cerca de Yaroslavl.



REFERENCIAS

Orthodox Church in America. (2025). Saint Ignatius Brianchaninov, Bishop of the Caucausus and Stavropol. New York, Estados Unidos: OCA.

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