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SANTA IRENE CHRYSOVOLANTOU

conmemorada el 28 de julio.


Santa Irene era hija de una familia acomodada de la ciudad de Capadocia, y nació en el siglo IX.

Después de fallecimiento de su esposo Teófilo, la Santa Emperatriz Teodora gobernó el Imperio Bizantino como regente de su joven hijo Miguel. Santa Teodora (11 de febrero) asistió en la derrota de la herejía iconoclasta y a la restauración de los iconos sagrados. La Iglesia de Cristo conmemora éste Triunfo de la Ortodoxia el primer domingo de la Gran Cuaresma.

Cuando Miguel tenía doce años, Santa Teodora envió mensajeros por todo el Imperio para encontrar una chica virtuosa y refinada apropiada para ser su esposa. Se eligió a Santa Irene y ella accedió al matrimonio. Al pasar por el Monte Olimpo en Asia Menor, Irene pidió detenerse para poder recibir la bendición de san Joanicio (4 de noviembre), quien vivía en la montaña. El Santo, que se mostraba sólo a los peregrinos más dignos, había previsto la llegada de Santa Irene, así como su vida venidera.

El Santo Asceta dio la bienvenida a la joven y le dijo que se dirigiera hacia Constantinopla, pues el monasterio de mujeres de Chrysovalantou la necesitaba. Asombrada por su clarividencia, Irene se tiró al suelo y pidió a san Joanicio su bendición. Después de bendecirla y darle consejo espiritual, la envió por su camino.

Cuando el grupo llegó a Constantinopla, los familiares de Irene la recibieron con gran ceremonia. Dado que “Por el SEÑOR son ordenados los pasos del hombre” (Sal 36/37:23), Dios dispuso que Miguel se casara con otra chica unos días antes, para que Irene pudiera ser libre para convertirse en novia de Cristo. Lejos de sentirse decepcionada, Irene se regocijó por éste giro de los acontecimientos. Recordando las palabras de san Joanicio, Irene visitó el Monasterio de Chrysovalantou. Quedó tan impresionada por las monjas y su forma de vida que liberó a sus siervos y repartió sus bienes entre los necesitados. Cambió su ropa fina por el sencillo atuendo de una monja, y sirvió a las hermanas con gran humildad y obediencia. La abadesa quedó impresionada con la forma en que Irene realizaba, sin queja alguna, las labores menores e incluso las desagradables.

Santa Irene leía a menudo las Vidas de los Santos en su celda, imitando sus virtudes lo mejor que podía. A menudo se mantenía en pie en oración toda la noche con las manos levantadas como Moisés en el Monte Sinaí (Ex 17:11-13). Santa Irene pasó los siguientes años en contienda espiritual arrostrando los ataques de los demonios y produciendo los frutos del Espíritu Santo (Gal 5:22-23).

Cuando la abadesa sintió que se aproximaba la muerte, les dijo a las otras monjas que no deberían aceptar a nadie más que a Irene como la nueva abadesa. A Irene no se la informó de las instrucciones de la abadesa, y cuando ella murió, la comunidad envió representantes para ir a buscar el consejo del patriarca, san Metodio (14 de junio). Les preguntó a quién querían como su superior. Respondieron que creían que sería guiado por el Espíritu Santo. Sin saber de las instrucciones de la difunta abadesa a las monjas, preguntó si había una monja humilde de nombre Irene en su monasterio. Si es así, dijo, deberían elegirla. Las monjas se regocijaron y dieron gracias a Dios. San Metodio elevó a Irene al rango de abadesa y la aconsejó cómo guiar a quienes estaban a su cargo.

Al regresar al monasterio, Irene oró para que Dios la ayudara a cuidar a sus subordinadas y redobló sus propios esfuerzos espirituales. Mostró gran sabiduría al dirigir a las monjas y recibió muchas revelaciones de Dios para ayudarla a cumplir con sus deberes. También pidió el don de la clarividencia para saber qué pruebas esperaban a sus monjas. Por tanto, ella estaba en una mejor posición para impartirlas el consejo adecuado. Ella nunca usó este conocimiento para avergonzar a otros, sino solo para corregir sus confesiones de una manera que las hiciera saber que poseía ciertos dones espirituales.

Aunque Santa Irene obró numerosos milagros durante su vida, he aquí uno solo. En las grandes Fiestas tenía la costumbre de velar en el patio del monasterio bajo el cielo estrellado. Una vez, una monja que no podía dormir salió de su celda y salió al patio. Allí vio a la abadesa Irene levitando a unos metros del suelo, completamente absorta en la oración. Atónita, la monja notó también que dos cipreses habían inclinado sus cabezas hacia el suelo, como en homenaje. Cuando concluyó su oración, Irene bendijo a los árboles y éstos volvieron a su posición vertical.

Temerosa de que ésto pudiera ser una tentación de los demonios, la monja regresó la noche siguiente para ver si se había equivocado. De nuevo vio a Irene levitando mientras oraba, y a los cipreses inclinándose. La monja ató pañuelos a las copas de los dos árboles antes de que regresaran a sus lugares. Cuando las otras hermanas vieron los pañuelos en lo alto de los árboles, comenzaron a preguntarse quién los había puesto allí. Entonces la monja que había presenciado tan inusuales eventos reveló a las demás lo que había visto. Cuando Santa Irene supo que la monja había presenciado el milagro, contándoselo a las demás, se molestó mucho. Ella les advirtió que no hablaran de eso con nadie hasta después de su muerte.

Santa Irene observaba la Fiesta de San Basilio (1 de enero) con gran devoción, ya que él también procedía de Capadocia. Un año, después de celebrar la fiesta, Santa Irene escuchó durante la noche una voz diciendo que recibiera al marinero que al día siguiente tocaría a la puerta. Le dijeron que se regocijara y comiera la fruta que el marinero traería. Durante maitines, un marinero llegó a la puerta y permaneció en la iglesia hasta después de la liturgia. Él le dijo que había venido de Patmos, donde abordó un barco. Cuando el barco zarpó, notó que un anciano en la orilla les pedía que se detuvieran. A pesar de un buen viento, el barco se detuvo repentinamente. Entonces el anciano cruzó el agua y entró en el barco. Le dio al marinero tres manzanas que Dios enviaba al patriarca “de su amado discípulo Juan”. Entonces el anciano le dio al marinero tres manzanas más para la abadesa de Chrysovalantou. Le dijo al marinero que si Irene comía las manzanas, todo lo que su alma deseaba le sería concedido, “porque éste obsequio viene de Juan en el Paraíso”. Santa Irene ayunó durante una semana, dando gracias a Dios por éste maravilloso obsequio. Durante cuarenta días, comió pequeños trozos de la primera manzana todos los días. Durante éste tiempo no tomo nada más ni para comer ni para beber. El Jueves Santo, dijo a las monjas que recibieran los Santos Misterios, luego dio a cada una un trozo de la segunda manzana. Notaron una dulzura inusual y sintieron como si sus propias almas estuvieran siendo alimentadas.

Un Ángel informó a Santa Irene que sería llamada por el Señor al día siguiente de la fiesta de San Panteleímon. La fiesta del monasterio se celebraba el 26 de julio, por lo que Santa Irene se preparó ayunando una semana antes. Sólo tomó un poco de agua y pequeños trozos de la tercera manzana que enviara San Juan. El monasterio entero se llenó de una fragancia celestial y toda discordia desapareció.

El 28 de julio, Santa Irene convocó a las monjas para despedirlas. También les dijo que eligieran a la hermana María como su sucesora, porque ella las mantendría en el camino angosto que lleva a la vida (Mt 7:14). Después de suplicar a Dios que protegiera a su rebaño del poder del diablo, sonrió al ver a los ángeles que habían sido enviados para recibir su alma. Luego cerró los ojos y entregó su alma a Dios.

Santa Irene tenía más de 101 años cuando murió, pero su rostro parecía joven y hermoso. Una gran multitud de personas acudió a su funeral y se obraron muchos milagros en su tumba.

En algunas parroquias se acostumbra bendecir manzanas en la fiesta de Santa Irene Chrysovalantou.



REFERENCIAS

Orthodox Church in America. (2023). Saint Irene Chrysovolantou. New York, Estados Unidos: OCA.

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