conmemorado el 23 de noviembre.
San Gregorio, obispo de Agrigento, nació en la isla de Sicilia, en el pueblo de Pretorium, no lejos de la ciudad de Agrigento, de los piadosos padres Caritón y Theodota. El infante Gregorio fue bautizado por el obispo de Agrigento, Pataimonus. A los diez años de edad, el estudioso niño dominaba la escritura y podía leer y cantar himnos de iglesia. A los doce años san Gregorio fue confiado al clero y puesto bajo la guía espiritual del archidiácono Donato. San Gregorio pasó los siguientes diez años en la iglesia de Agrigento. Entonces, un ángel del Señor se apareció al santo joven, quien guardaba el ferviente deseo de visitar Jerusalén, y le dijo que Dios había bendecido tal intención.
En Jerusalén san Gregorio fue presentado al Patriarca Macario (563-574), quien retuvo al piadoso joven para el servicio en su propia iglesia catedral, ordenándolo diácono. El alma de san Gregorio estaba sedienta de la labor monástica, y el Patriarca concedió su bendición, permitiéndole ir a un monasterio en el Monte de los Olivos. Después de un año san Gregorio partió del dicho monasterio a fin de acudir a un Anciano del desierto, quien durante cuatro años le enseñó la sabiduría espiritual, la humildad y los principios de la vida monástica. El asceta, previendo en san Gregorio una futura gran lumbrera de la Iglesia, concedió la bendición de abandonar la vida solitaria.
Habiendo dejado al Anciano, san Gregorio habitó por un tiempo en Jerusalén, y luego partió hacia Constantinopla, donde fue recibido con amor por los hermanos del monasterio de los Santos Mártires Sergio y Baco. Los esfuerzos ascéticos de san Gregorio fueron notados por el Patriarca Eutiquio de Constantinopla (552-565), ante cuya insistencia el santo participó en el Quinto Concilio Ecuménico (553). Al terminar el Concilio, san Gregorio partió para Roma, para venerar las tumbas de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.
Durante este tiempo murió el obispo de Agrigento. El clero y los ciudadanos ilustres de Agrigento viajaron a Roma con una solicitud para que el Papa determinara un sucesor para su difunto jerarca de entre una lista de candidatos que estaban presentando. El Papa, sin embargo, rechazó su propuesta por inspiración divina y en su lugar convocó a san Gregorio para servirles como obispo.
Durante algunos años san Gregorio guió pacíficamente al rebaño que Dios le había confiado. Fue un defensor de los oprimidos, un predicador sabio y un sanador milagroso. Como arzobispo, san Gregorio llevó la vida de un monje ascético, observando fervientemente los votos monásticos. El rebaño amaba a su jerarca y confiaba en él. Pero también había gente maliciosa que había determinado calumniarlo.
Mientras San Gregorio estaba en la iglesia, esta indigna gente condujo en secreto a una ramera sobornada a sus aposentos, y luego, frente a la multitud que acompañaba al obispo a las puertas de su casa después de los servicios, la sacaron y acusaron a san Gregorio del mortal pecado de fornicación. Pusieron bajo custodia al santo obispo. El pueblo intentó defender a su obispo, pero no tuvo éxito. En el juicio la ramera dio falso testimonio contra san Gregorio. Justo cuando pronunció las palabras de calumnia, entró en un ataque de frenética ira. Los jueces acusaron al santo de brujería. San Gregorio fue enviado a juicio ante el obispo romano junto con un informe sobre sus “crímenes”.
El Papa, después de leer los cargos, no quiso ver al acusado y dio orden de enviarlo a prisión. El santo soportó humildemente tal vejación, permaneciendo en constante oración. Su esfuerzo de oración y sus dones milagrosos rápidamente se hicieron conocidos en la ciudad y la región circundante. Los piadosos romanos comenzaron a reunirse en la prisión, a quienes el santo encarcelado enseñaba sobre la vida justa, e imploraba al Señor por la sanación de los enfermos.
Después de dos años, un Anciano clarividente de nombre Marcos, que había conocido a san Gregorio desde su juventud, se acercó al Papa. El Anciano no creyó los cargos y persuadió al Papa para que convocara un Concilio para decidir el caso de Gregorio. Por invitación del Papa, muchos clérigos de la ciudad de Agrigento acudieron al Concilio, junto con todos los que acusaban al santo, incluida la ramera. De Constantinopla llegaron a Roma tres obispos y el dignatario imperial Marciano. En el camino, Marciano había caído gravemente enfermo. Siguiendo el consejo de muchas personas que habían recibido curación a través de las oraciones de san Gregorio, los sirvientes llevaron al moribundo a la prisión donde languidecía el santo taumaturgo. A través de las oraciones de san Gregorio, el Señor concedió la curación a Marciano.
En el Concilio, los calumniadores intentaron renovar sus acusaciones, y como principal prueba presentaron a la trastornada ramera ante el juez, declarando que Gregorio la había embrujado. Mas el santo oró por ella y echó fuera al impío espíritu. La mujer recobró el sentido y reveló la verdad al Consejo. Los calumniadores fueron avergonzados y juzgados. Marciano incluso deseó ejecutarlos, pero san Gregorio imploró perdón por ellos.
San Gregorio volvió con honor a su propia catedral y, rodeado del amor de su rebaño, guió a la Iglesia hasta su apacible reposo.
REFERENCIAS
Orthodox Church in America. (2022). Saint Gregory, Bishop of Agrigentum. New York, Estados Unidos: OCA.
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