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VENERABLE EUTIMIO EL NUEVO, FUNDADOR DEL MONASTERIO DE IVIRON

conmemorado el 13 de mayo.


Nuestro Venerable Padre Eutimio provenía del poblado de Tao en Georgia. Fue hijo de padres nobles, piadosos, y afortunados. Cuando su padre renunció al esplendor y gloria temporales y perecederos de éste mundo, prefiriendo la pobreza en Cristo la cual conduce a las riquezas celestiales, se vistió con el esquema angelical de un monje, recibió el nombre de Juan y se mudó a Constantinopla. Eutimio, que aún era muy pequeño, permaneció con su abuelo (aunque algunas fuentes dicen que Eutimio permaneció con el cuñado de Juan), hombre renombrado en gloria y virtud, que crio al niño en la instrucción y amonestación del Señor. Al poco tiempo, tomó consigo a Eutimio y viajaron a Constantinopla en busca de Juan. Cuando lo halló, lo instó con cuantiosas palabras y lágrimas a regresar a su país. Juan no sólo no se dejó convencer por ésto, sino que intentó conservar a su hijo con él por todos los medios, lo que provocó una gran tristeza en el abuelo del niño.

Como discutieron mucho por ésto, y porque Juan intentó llevarse a su hijo y su padre no lo permitía, el emperador Nicéforo II Focas (963-969) se enteró y ordenó que ambos hombres comparecieran ante él trayendo a Eutimio con ellos. Después de que los tres se presentaron ante el emperador y éste escuchara la discusión que sostenían sobre el joven, el soberano decretó que ninguno de los dos lo tomaría forzadamente. Debían dejar que Dios decidiera qué hacer con él. También les dijo que dejaran ir al joven con quien él deseara ir libremente. Corrió inmediatamente a los brazos de su padre, aunque nunca lo había visto ni conocido hasta tal momento. Ésta acción provocó la admiración y el llanto en todos los presentes.

El bienaventurado Juan recibió a su hijo como de las manos de Dios y pronto lo vistió con el esquema monástico y luego lo entregó a los maestros para que lo educaran. El buen Eutimio, teniendo una mente aguda, gran devoción y diligencia, pronto aprendió de sus instructores la sabiduría mundana y también la sabiduría interior de Dios. Entonces se apareció como un río de las enseñanzas del Espíritu. Poco después, cayó gravemente enfermo, pero se recuperó gracias al cuidado y auxilio de la Santísima Madre de Dios. Sobresalió en virtud, sabiduría y gracia, y en muchas otras cosas maravillosas que confesaban, ante la mirada de todos, la clase de prodigio que llegaría a ser.

El bienaventurado despreció la gloria de los hombres como algo contrario a la gloria de Dios, por lo que partió y se dirigió al Monte Athos con su padre Juan. Después de conocer a san Atanasio (5 de julio), desearon vivir con él en la Santa Lavra. El divino Atanasio, viendo con el ojo clarividente de su alma la gracia del Espíritu Santo inhabitando en Eutimio, lo instó a recibir la dignidad del sacerdocio. Al principio él no deseó hacerlo, diciendo que no era digno de ello. Finalmente, obedeció las palabras del Santo Atanasio y fue ordenado sacerdote. Desde entonces empezó a añadir lucha tras lucha, abstinencia sobre abstinencia, y aumentó grandemente todas las virtudes que había sido dado. Como resultado, se convirtió en vaso del Espíritu Santo y tradujo la Sagrada Escritura al idioma georgiano. Asimismo, escribió libros llenos de sus enseñanzas sobre la moralidad y la virtud. San Jorge del Monte Athos (13 de mayo y 27 de junio), autor de la Vida de San Eutimio, dice que el Santo tradujo la Sagrada Escritura y más de cincuenta obras más al idioma georgiano. También reconstruyó muchas iglesias y hospitales y adornó la Montaña Sagrada con ermitas.

¿Con qué palabras se puede describir dignamente la bondad que mostró hacia todos o su incomparable humildad cuando durante catorce años cuidó del gran Atanasio y de su padre que yacían enfermos? Una vez que éstos dos partieron hacia el Señor, al bienaventurado Eutimio se lo encomendó la protección de la Santa Lavra, y no sólo de la Lavra, sino de la entera Santa Montaña. En ésto estuvo dispuesto y presto para la curación de almas y cuerpos de sus hermanos. Su boca divina siempre derramó ríos de sabiduría e instrucción para gloria de Dios. Invadido por el amor a la suprema tranquilidad, nombró a su primo Jorge abad de la Lavra. Eutimio permaneció solo, agradando a Dios día y noche. Nadie conocía sus luchas espirituales y sus frutos, porque se esforzaba en realizarlas en secreto, para que nadie supiera de ellas sino Dios, que deseaba revelar las muchas victorias por razón de las cuales resplandecía su siervo.

Una vez tuvo lugar una sequía en la Montaña Sagrada, y todos los padres se sentían inmensamente tristes por la falta de agua, por lo que rogaron al Santo que orara a Dios por ésto. El bienaventurado fue persuadido sólo con gran dificultad. Subió a la capilla del Profeta Elías, próxima al Santo Monasterio de Iviron, orando con lágrimas al Dios Todomisericordioso, ofreciéndolo el Sacrificio racional e incruento. Inmediatamente cayó tanta lluvia que la tierra quedó saciada. Todos glorificaron a Dios, Quien glorifica a quienes lo glorifican. Es costumbre que los Monjes de la Montaña Sagrada asciendan a la cima de la montaña durante la radiante Fiesta de la Transfiguración del Salvador (6 de agosto) y sirvan en la Vigilia de noche entera. Al día siguiente celebraron la Divina Liturgia y luego descendieron. Una vez, cuando había llegado ésta Gran Fiesta, Eutimio subió a la montaña con muchos otros justo cuando llegaba el momento de celebrar la Divina Liturgia. A una sola voz todos lo rogaron que sirviera la Divina Liturgia y él cumplió su petición con gran humildad.

Llegó a la exclamación donde el sacerdote dice: “Cantando el himno de victoria, proclamando, clamando y diciendo…”, cuando, de pronto, una luz enceguecedora brilló sobre todos ellos y la tierra se sacudió, y todos cayeron rostro en tierra. Sólo el bienaventurado Eutimio permaneció inmóvil ante el altar, apareciendo como una columna de fuego. Éste milagroso acontecimiento hizo crecer su gloria aún más grandemente.

Cuando el arzobispo de Chipre partió hacia el Señor, el emperador Basilio II (976-1025) destinó enviados con cartas, suplicando fervientemente a Eutimio que aceptara la posición. El Santo ni siquiera accedió a escuchar el mensaje entero, diciendo que no era digno de tal nombramiento. De hecho, dijo, se sentía más digno de ser pastoreado que de pastorear a otros. Así que Eutimio, agradando a Dios, permaneció solo en quietud y silencio tanto de día como de noche. En su corazón estaba arraigada la humildad, madre de todas las virtudes.

Mientras tanto, el diablo apóstata, que siempre porta malicia y obra contra toda obra buena y agradable a Dios, no podía tolerar ver las virtudes del Santo. Progresaba cada día y era sumamente agradable a Dios, y todo lo que hacía era para gloria de Cristo Dios.

El diablo se apesadumbró por causa de la envidia y la impiedad y así encontró a un hombre que, por su vestimenta, parecía un monje, pero que tenía un corazón corrompido e inmundo. Como éste hombre era una morada tan adecuada, el diablo entró en él y lo persuadió de que asesinara al Santo. El diablo le susurró al oído, tal como le había susurrado a Eva en la antigüedad: “Si matas a éste Eutimio, te doy mi palabra de que recibirás un gran favor”.

El desgraciado estaba dispuesto a cometer éste impío acto. Preparó su cuchillo y subió a la torre donde el Santo tenía su celda. Al ver que el hombre estaba completamente dominado por el diablo, y que portaba un cuchillo en la mano, el discípulo del Santo cerró la puerta de la celda y no lo dejó entrar. El asesino, al no encontrar al Santo para saciar la ira que lo avasallaba, inmediatamente hirió al discípulo y abandonó aquel lugar en medio de atroces gritos. Se encontró con otro discípulo del Santo y lo atacó de la misma manera. Avanzó un poco más y luego cayó boca abajo al suelo. Después de confesar su pecado y revelar todas las palabras que el diablo le había dicho, entregó violentamente su alma inmunda. Por gracia del Espíritu Santo, el Santo reconoció que el accidente que habían sufrido sus discípulos se había producido con la intromisión del diablo. Rápidamente descendió de la torre, apresurándose a perfeccionar a sus discípulos con el gran esquema monástico. Poco después de que los tonsurara, ambos partieron al Señor.

El diablo no podía soportar contemplar las obras que el Santo realizara para la gloria de Dios. Por eso, incitó a un jardinero a asesinar al Santo. El hombre tenía el cuchillo listo, y se acercó al Santo, apuñalándolo en el abdomen, pero el Santo fue preservado. El filo del cuchillo se dobló como cera y la mano que asestó al Santo enflaqueció y permaneció inmóvil. Cayendo a los pies del Santo, el jardinero confesó el plan del demonio y suplicó sinceramente a Eutimio perdón y curación. Siendo compasivo, el Santo rogó a Dios por él, y así el jardinero recibió salud de cuerpo y espíritu.

¿Qué palabras bastan para exaltar las virtudes del Santo, su caridad para con todos, su compasión, su alegría, su falta de ira, su tranquilidad, sus vigilias nocturnas, su oración incesante y su humildad, la austeridad de su alimento y vestido que habituaron su cuerpo a las dificultades? También portaba pesadas cadenas de hierro sobre el cuerpo. Para decirlo claramente, él era verdaderamente un ángel en un cuerpo terrenal, un faro inamovible para el mundo, que reflejaba en su propia persona la Palabra de vida.

Debido a que hay escándalos en todas partes, y la tierra es el principal lugar de escándalo, también ocurrieron algunos problemas en la Montaña Sagrada. Por ésto, los padres suplicaron al Santo que viajara a Constantinopla a pedir un decreto imperial para poner fin a los escándalos y restablecer la paz en el Monte Athos. Obediente a sus palabras, el bienaventurado se dirigió a Constantinopla. Todo el Senado y la nobleza lo recibieron con gran cortesía y reverencia. De inmediato su petición fue concedida.

Un día, el bienaventurado montaba en mula por Constantinopla. Él y otro monje iban a la sección de la ciudad llamada Platia para algunas necesidades. Un mendigo estaba sentado en el camino pidiendo limosna. Al verlo, el Santo sintió compasión y estuvo a punto de darlo algo. La mula que montaba se atemorizó al ver al mendigo y enloqueció. La mula, llevando violentamente al Santo, salió al galope y no se detuvo hasta arrojar al Santo al suelo y hollarlo. Unos cristianos corrieron y lo recogieron, llevándolo de regreso a la casa donde se hospedaba. Unos días después, el 13 de mayo del año 1028, recibió los Santos Misterios y luego entregó su santa alma en manos de Dios. Durante el entierro de su santo cuerpo ocurrieron muchas curaciones y milagros. Éstos fueron vistos como prueba de su santidad y valentía ante Dios, y obrados para la gloria del Señor.

Más tarde, sus santas reliquias fueron trasladadas a la Montaña Sagrada y fueron enterradas en el venerable Monasterio del Honorable y Glorioso Profeta, Precursor y Bautista Juan. Más tarde, el Monasterio pasó a llamarse Monasterio de Iviron, que había sido reconstruido por el bienaventurado Eutimio para la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, una sola Deidad, a Quien le pertenece toda gloria, honor y adoración, ahora y para siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

 


REFERENCIAS

Orthodox Church in America. (2024). Saint Euthymius the New, Founder of the Iviron Monastery. New York, Estados Unidos: OCA.

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